Un jardinero especial
“Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra… dice Jehová de los ejércitos” (Malaquías 3:11).
Hoy te quiero contar sobre Skwebele, un ancianito, y su esposa, nativos de una aldea en Zambia, África. Ellos vivían del maíz cafre que plantaban y cuidaban largas horas al día bajo el sol ardiente. Pero hubo un año en que, para la época de la cosecha, cayeron enfermos de malaria.
Tirados en sus jergones en su choza de barro, los ancianitos podían escuchar el golpeteo de latas y tambores de los sembradíos cercanos para espantar los pájaros que venían en grandes bandadas a comerse el maíz maduro. Skwebele no tenía a nadie que vigilara su campo. Tampoco podía pedir ayuda a sus vecinos, que bastante trabajo tenían con sus propios sembrados.
Pero, ¿estaba Skwebele realmente solo? Hacía tiempo él y su esposa asistían fielmente todos los sábados a la misión donde habían aprendido a amar y obedecer a Dios. Y entre tantas cosas hermosas, aprendieron el versículo de hoy. En los momentos en que la fiebre bajaba y Skwebele se despertaba, oraba a Dios reclamándole su promesa. Mientras tanto, los vecinos hablaban con curiosidad sobre los campos de Skwebele. Ningún pájaro se acercaba a su maíz. ¿Será porque ya se lo habían comido todo? Algunos fueron a investigar y comprobaron que las espigas se inclinaban pesadamente, llenas de grano. ¡Estaban intrigados!
Varios días después, cuando Skwebele se sentía un poco mejor, pudo sentarse y hablar con el grupo de vecinos que habían venido a verlo para averiguar su secreto. El ancianito les contó que él tenía un jardinero especial que vigilaba su campo. Ante la mirada de desconcierto de sus vecinos, les explicó que él había hecho un trato con el gran Dios del cielo. Él le entregaba la décima parte de sus cosechas y Dios se encargaba de prosperar sus sembrados. Skwebele explicó que era un ángel el que cuidaba su campo, y aunque no pudieran verlo, los pájaros sí lo veían, y por eso no se acercaban.
¡Qué sorpresa para Skwebele unos días después, cuando sus vecinos llegaron a la choza trayendo la cosecha de su campo! Pensaban que un hombre que tenía un ángel de jardinero merecía la ayuda de ellos también. ¿Qué te parece? ¿Vale la pena ser fiel a Dios?
(Adaptación del relato “El muchacho jardinero de Skwebele”, de Nellia Burman Garber, El Amigo de los Niños, año 18, segundo trimestre de 1965, N° 15).