“Yo sé a quién he creído”
“Por lo cual asimismo padezco esto. Pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12).
Pablo sufría por causa del evangelio, por eso podía animar a Timoteo a enfrentar sus sufrimientos. El apóstol enfrentaba la máxima humillación y condena por actos criminales contra el Imperio Romano. Pero su fe y su esperanza en el mensaje (y en quien lo envió) estaban más fuertes que nunca. La forma del verbo indica que él hace mucho que confiaba, y seguía confiando intensamente; no solo su presente sino también su futuro. Por eso, estaba seguro y convencido de que su lugar estaba ya reservado.
Elena de White fue mensajera del Señor por 70 años. Tenemos hoy 150 libros disponibles de sus escritos. A los 87 años, se fracturó el fémur el 13 de febrero de 1915. Ella sabía que le quedaba poco tiempo, pero siempre confió en los brazos de Jesús. El 14 de julio, en un susurro, pero con toda la fuerza del corazón y la convicción de la mente, dijo: “Yo sé en quién he creído”, y entró en estado de inconsciencia. Dos días después, el 16 de julio ella descansó, como Pablo, segura en la promesa de Dios. Su vida se apagó como la luz de una vela, pero su testimonio y su mensaje siguen brillando fuertemente.
La madre de Whittle, una creyente dedicada, puso una Biblia en el equipaje de su hijo, cuando este se fue a la Guerra Civil. Fue después de sangrientas batallas, perder su brazo derecho y ser capturado por el enemigo, que tomó esta Biblia del fondo de una bolsa y aceptó al Salvador que amaba su madre. Al salir de la guerra, se dedicó a los negocios y poco después al ministerio evangélico. En el himno, testifica de su confianza total en Cristo y su gracia salvadora.
“Hay poder transformador en la religión de Jesucristo, y este poder debe manifestarse en nosotros por una humildad mucho mayor, por una fe viva y más ferviente, a fin de que lleguemos a ser una luz para el mundo. El yo debe ser humillado; y Cristo, ensalzado” (Elena de White, Consejos sobre la obra de la Escuela Sabática, p. 122).
Que nuestra vida testifique siempre del poder transformador del Señor, para que humildes y fervientes iluminemos al mundo con la seguridad de saber en quién hemos creído.