La soltería y la sexualidad
“Porque Dios el Señor nos alumbra y nos protege; el Señor ama y honra a los que viven sin tacha, y nada bueno les niega” (Sal. 84:11).
Tal vez la pregunta que te has estado haciendo tras las últimas lecturas sea: ¿Y la sexualidad? ¿Qué pasa con la sexualidad en la vida de la mujer soltera? Al fin y al cabo, Dios nos ha creado como seres sexuados y sexuales, y esto es un don para todo hombre y para toda mujer con propósitos que van más allá del placer físico.
La sexualidad es un medio, no un fin en sí mismo. Es bajo el compromiso matrimonial donde las relaciones sexuales tienen la bendición de Dios y donde dos personas que se aman hacen que su amor eche raíces. Esto equivale a decir que las solteras deben estar en guardia, para no caer en las falsas prácticas sexuales como son la pornografía, la masturbación y las relaciones sexuales premaritales, que posiblemente den un desahogo físico momentáneo, pero que generarán un vacío en el alma y un deterioro del sentido de valor personal.
Amiga, la sexualidad no es un monstruo espantoso que exige gratificación a como dé lugar. Es un don que se despierta y gratifica cuando se dan las condiciones correctas. Las relaciones sexuales casuales, cortas y sin compromiso son lo que sugiere la idea hedonista de la sexualidad; pero este estilo de vida desemboca, finalmente, en un vacío emocional que puede llevar a la promiscuidad y a la pérdida de la integridad. La razón es sencilla, y te la presento en las palabras de la sexóloga Carmen Morales: “En el comportamiento sexual de los seres humanos intervienen factores biológicos, psicológicos y sociológicos que van a actuar en forma simultánea, y su resultado final será único”. Esta conjunción de factores solo puede ser posible en el marco sagrado del matrimonio, no en la soledad de la soltería.
Cultiva una vida sana, de cuerpo y de mente, y Dios hará en ti lo que te resulta difícil hacer por ti misma. Dios te bendiga y te ayude a vivir tu soltería con gozo. No permitas que nadie te empuje a relaciones forzadas, que pueden transformarse en una maldición y no en bendición, que es lo que Dios desea darte.