Sin zapatos
“No te acerques, quita las sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás, tierra santa es” (Éxodo 3:5).
¿Te gusta andar descalzo? Hace poco tiempo, viví por unos años en las Filipinas, un país de Asia, donde es muy común que la gente ande descalza, especialmente dentro de sus casas. En realidad, es un signo de respeto en muchos países dejar el calzado a la entrada de la casa. ¿Por qué será? Según ellos, es para que toda la basura que llevamos pegada en la suela de nuestros zapatos no entre a la casa con nosotros. Suena lógico, ¿verdad? Recuerdo haber contado, a la puerta del departamento de unos amigos, ¡más de treinta pares de calzados!
Sin embargo, y por más que vivimos en las Filipinas cuatro años, no me pude acostumbrar. Pero hubo un lugar donde, las veces que fuimos con mi familia, todos nos descalzamos para entrar. ¿Puedes adivinar cuál era? Allí cerca había una iglesia adventista donde los miembros, mayormente hermanos coreanos, pedían que las visitas se quitasen los zapatos.
¿Sabes? Uno se siente diferente en la iglesia sin zapatos. Al caminar no se hace ruido, y eso hace que uno sea muy cuidadoso de hablar despacio y sentarse con cuidado. De alguna forma, me hacía sentir más respetuosa y en actitud de adoración. Me hacía sentir más reverente, consciente de que Dios mismo estaba en ese lugar.
No fueron los coreanos quienes inventaron la idea de descalzarnos para adorar. Como puedes ver en el versículo de hoy, fue Dios mismo quien ordenó a Moisés que se quitase las sandalias en su presencia. Eso, sin duda, le indicó a Moisés que la entrevista que habría a continuación no sería cualquier encuentro. El Señor quería enseñarle a Moisés que él era el Libertador.
Como tú sabes, en nuestra cultura no acostumbramos a quitarnos el calzado antes de entrar al templo. Pero sí podemos recordar que Dios quiere que nos acerquemos a su presencia, y que estemos en su casa con una actitud alegre pero solemne: pensando en lo que se dice; orando con fervor; prestando atención.
Cuando hagas tu oración, cuando estés en el culto familiar, cuando entres al templo, asómbrate del Dios maravilloso que tenemos, quien nos permite entrar en su presencia. Y entonces, en reverencia, disfruta de estar con él.
Cinthya