Eso sí que es un paseo espeluznante
“El Señor mandará sus ángeles a ti, para que te cuiden en todos tus caminos. Ellos te llevarán en sus brazos, y no tropezarán tus pies con ninguna piedra” (Salmo 91:11, 12, RVC).
¡Es un pájaro!” “¡Es una cometa!” “¡No! Es, es… ¡un caimán!”
En este día de 1843, un caimán cayó del cielo durante una tormenta eléctrica en Charleston, Carolina del Sur. Nadie sabía con certeza cómo había llegado un caimán al cielo para que pudiera caer del cielo. Obviamente, no cayó desde un avión. Los aviones aún no se habían inventado. No. Lo más probable es que el embudo de un tornado lo haya arremolinado en la atmósfera y luego lo haya soltado, y la pobre criatura mareada haya salido disparada hacia la tierra. Me lo imagino sacudiendo la cabeza, pensando: “¿Dónde estoy y por qué estoy dando vueltas?”, antes de aterrizar de nuevo en tierra firme y dirigirse aturdido de nuevo hacia el agua, donde debía estar.
Hace muchos años, una niña llamada Freda vivía en una comunidad agrícola del Oeste medio de los Estados Unidos y asistía a una pequeña escuela rural. Una tarde, su maestra observó que, a lo lejos, se cernían oscuros nubarrones y temió que se avecinara una fuerte tormenta. Con un ojo puesto en las nubes y otro en el reloj, la maestra esperaba que la tormenta pasara antes de que terminaran las clases, pero no fue así. Justo a la hora de salida, la tormenta estaba casi encima de ellos. La maestra pidió a los alumnos que se quedaran a esperar, porque corrían peligro si volvían a casa caminando. Todos estuvieron de acuerdo, menos Freda.
–Por favor, debe dejarme ir –suplicó–. Mi madre estará muy preocupada por mí. Correré muy rápido.
La profesora protestó pero, finalmente, en contra de su buen juicio, la dejó marchar. La niña no llevaba ni cinco minutos cuando la tormenta azotó la escuela con toda su furia. Un terrible rugido como si fuera un tren pesado les indicó que se trataba de un tornado. La maestra ordenó a los niños que se pusieran a cubierto bajo sus pupitres, e imploró a Dios que cuidara de Freda. Sin duda, el tornado la mataría. ¿Y Freda? Ella, sin saberlo, se metió en la trayectoria del tornado.
En un instante, el tornado la levantó del suelo y la elevó hacia las nubes oscuras y arremolinadas. Luego, llevándola a través de campos y bosques, la depositó suavemente cerca de la puerta de su casa. Un caimán. Una niña pequeña. Dios puede hacer cualquier cosa, ¿verdad?