Oír desde afuera
“No empleen un lenguaje grosero ni ofensivo. Que todo lo que digan sea bueno y útil, a fin de que sus palabras resulten de estímulo para quienes las oigan” (Efe. 4:29, NTV).
Siempre que tipeo una entrevista, me molesta oír mi propia voz grabada. ¿Por qué suena tan aguda y chillona? El oído humano es sensible a las vibraciones internas y externas. Por esto, podemos oír de dos formas completamente diferentes: “desde adentro” y “desde afuera”. Cuando otra persona habla, las ondas sonoras viajan por el aire y al entrar en el oído hacen vibrar al tímpano. Luego, estas vibraciones llegan al oído interno y se traducen en señales que el cerebro interpreta. Pero cuando soy yo quien habla, las vibraciones provienen de mis propias cuerdas vocales.
En este caso, las ondas sonoras no viajan por el aire sino a través de mi cuerpo, resonando en los huesos de la cabeza. A medida que avanzan hasta el tímpano, las ondas se distorsionan, alargándose y volviéndose más graves. Por eso, cuando escucho mi voz al hablar, suena más grave, pero si la escucho grabada, es mucho más aguda.
A veces, tenemos un problema similar cuando nos comunicamos. Hacemos un comentario y creemos que suena positivo y constructivo; pero la persona que lo oye “desde afuera” lo decodifica como crítico y malintencionado. Hay una frase anónima que circula por las redes sociales que ilustra este fenómeno perfectamente: “Entre lo que pienso, lo que quiero decir, lo que creo decir, lo que digo, lo que quieres oír, lo que oyes, lo que crees entender y lo que entiendes, existen nueve posibilidades de no entenderse”.
Estoy intentando concientizarme de cuán sencillo es malinterpretar a alguien. Soy experta en sacar conclusiones apresuradas y meterme en problemas. Por eso, estoy pidiendo a Dios que me ayude a escuchar las emociones de los demás, no solo las palabras. Necesito sabiduría para entender que comunicarse es un arte, y no una batalla. No se trata de ganar, ni de abrumar al contrincante con argumentos irrefutables. Se trata de enfocarse en soluciones, de edificar puentes emocionales que nos acerquen a los demás.
Honestamente, aún se me escapan palabras de la boca, sin pensarlas, inadvertidamente. Sin embargo, no dejo que la culpa me tiente a rendirme. ¡Dios es mi ayudador! Como todo arte, la comunicación eficiente requiere práctica, y en estas 24 horas voy a dar lo mejor de mí.
Señor, gracias por el don del habla. Quiero que cada palabra que salga de mi boca esté llena de luz y vida. Enséñame a escuchar mejor, a no sacar conclusiones precipitadas y a guardar silencio cuando más palabras no serían de ayuda.