Las Cruzadas – parte 3
“Todos los que pelean con la espada, también a espada morirán” (Mat. 26:52).
Si la Cruzada de Urbano representaba el boleto de entrada al cielo, todos querrían anotarse. Urbano esperaba reunir a miles de caballeros para su causa, y un agitador hábil llamado Pedro el Ermitaño recorrió en burro toda Francia y Alemania, alentando a todos los que no eran nadie a unirse a la Cruzada. Pronto, decenas de miles de hombres, mujeres y niños salieron bajo las órdenes de Pedro, mientras Urbano aún continuaba ocupado organizando a sus caballeros.
Por muy divertido que hubiera parecido todo durante la preparación, la soldadesca de Pedro pronto se vio en la necesidad de alimentos que debían pedir a los asustados europeos que no pensaban tener que alimentar a un ejército que pasaría repentinamente por su territorio. En Hungría, una discusión por el precio de un par de zapatos provocó disturbios y un ataque contra la ciudad de Zemun, donde murieron cuatro mil personas.
Otros concluyeron que si iban a viajar hasta Jerusalén para matar a los no cristianos, también podrían acabar con los no cristianos que encontraran por el camino. El conde Emicho afirmó que Jesús le había dicho que pronto él sería emperador y lo ayudaría a convertir a los judíos de Europa. Así que, acompañado de su turba personal, declaró que los judíos de Alemania debían convertirse o morir, y masacró a cientos de personas que no se doblegaron a sus exigencias. El ejército de Emicho finalmente se disolvió después de que llegaran a Hungría, donde los reyes no se mostraron de acuerdo con sus violaciones y saqueos, y ejecutaron a todos los que pudieron capturar.
Pedro el Ermitaño perdió una cuarta parte de su ejército cuando se enfrentó con los locales en Serbia. El resto, finalmente llegó a Constantinopla el 1º de agosto de 1096, para consternación de los lugareños. Habían estado esperado un verdadero ejército, no a unos payasos sedientos de sangre. El emperador los envió a Asia Menor mientras esperaba una ayuda más competente, pero la turba sanguinaria igualmente los mantuvo ocupados. Atacaron Nicea, sin que el pequeño “detalle” de que los habitantes de Nicea eran cristianos les impidiera mutilar bebés.
Cuando un grupo de cruzados alemanes se vieron atrapados dentro de las murallas de la ciudad, sin agua, durante un asedio de ocho días, los turcos demostraron que podían jugar al juego de “te conviertes o mueres” tan bien como los demás. Mientras tanto, los turcos emboscaron al grupo francés, lo que representó el final para ellos. Para el grupo principal de cruzados, sin embargo, Jerusalén esperaba.
Continuará…