Anclados en lo profundo del…
“[…] Hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor” (Hebreos 6:18-20).
Pablo enfatiza la salvación en estos términos:
1-La promesa: El apóstol ilustra esto con la vida de Abraham, quien tuvo dudas, errores y pecados, pero para quien el Señor cumplió su promesa, no solo de un hijo sino de una descendencia, promesa basada en la fidelidad divina y no en la conducta humana. Cuando parecía que se demoraba el cumplimiento, Dios lo garantiza con su juramento.
2-El juramento: El ser humano colocaba a un superior a sí mismo como garantía de su palabra. Siendo que Dios no tiene nadie superior que sea su fianza, él mismo se constituyó en garantía. Su palabra ya es segura; y su juramento, como reaseguro, es una evidencia irrefutable de la imposibilidad de incumplimiento de parte de Dios.
3-El heredero: No solo Abraham, sino todo aquel que expresa la misma confianza, acepta la palabra, el juramento, y con ello recibe fuerte aliento y consuelo. Todo aquel que acude –es decir, que se refugia en Cristo– es alcanzado por el perdón, la justicia y la esperanza.
4-La esperanza: Es el ancla para cada heredero. Existen anclas de variados tamaños, formas y pesos. Un ancla pequeña puede afianzar un barco grande. Los barcos llevan diferentes anclas: la temporal, cuando la embarcación se detiene por poco tiempo; la de trabajo, o principal; y la de tormenta, utilizada para hacer frente el fenómeno climático.
Pablo sabía de viajes, tormentas y anclas, ya que, rumbo a Roma, se precisaron cuatro anclas para asegurar el barco. Nadie mejor que él para usar esta figura del ancla a fin de referirse a la esperanza. Para los griegos, el ancla era un símbolo bien conocido de la esperanza, y aparecía tanto en las tumbas paganas como en las cristianas.
Toda ancla bien echada se arroja hacia abajo; pero esta, según Pablo, hay que lanzarla hacia arriba. Más precisamente detrás del velo, en el Santuario, donde está Cristo intercediendo por nosotros y aplicando sus méritos y su justicia a nuestra falta total de ellos.
Nadie podía seguir al sacerdote al Lugar Santísimo. Cristo es el precursor, lo que asegura que no es el único. Él fue para que otros vayan después.
No te ancles en lo profundo del mar, en el suelo movedizo de nuestras pasiones; sino en lo alto del Cielo, en el inamovible Trono de Dios. Ánclate en Cristo, quien por su palabra, juramento y herencia prometida hacen fuerte nuestra esperanza.