“Estarás delante de mí”
“Por tanto, así dijo Jehová: ‘Si te conviertes, yo te restauraré y estarás delante de mí’ ” (Jeremías 15:19).
Crecí en una iglesia donde, quien no fuera diácono, no podía tocar el ventilador, porque ese aparato era sagrado; y si una mujer tenía la menstruación, no podía subir a la plataforma de la iglesia, porque la plataforma era sagrada. Siendo ya pastor, le pregunté a una hermana por qué enterraba el pan que había sobrado en la Santa Cena, y me dijo que lo hacía porque ese pan era sagrado. Supongo que hemos llegado a esas “santas” conclusiones al comparar el templo con el antiguo Santuario judío, puesto que allí había aceite santo, incienso santo, fuego santo… Si el pueblo de Israel tenía sus objetos santos, ¡nosotros no podemos quedarnos atrás!
Ciertamente las Escrituras nos advierten de no mezclar lo santo con lo profano: Moisés nos exhorta a “discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio” (Lev. 10:10), puesto que la persona que se equivocara en esto simplemente sería “eliminada de su pueblo” (Lev. 19:8). No obstante, hemos de entender que nuestra vida no está centrada en un santuario físico, como sucedía con los israelitas. Ahora el mayor énfasis no está en el objeto, sino en la persona. Aunque desde la época del Antiguo Testamento ya era así, el Nuevo Testamento abordó el asunto con mayor claridad.
Pablo escribió “a los santos y fieles” de Éfeso (Efe. 1:1), “a los santos y fieles” de Colosas (Col. 1:2), “a los llamados a ser santos” en Roma y en Corinto (Rom. 1:7; 1 Cor. 1:2). Además, pidió que su Carta a los de Tesalónica fuera leída “a todos los santos hermanos” (1 Tes. 5:27). En vez de empeñarnos en velar por la santidad de los objetos, vivamos como lo que somos en Cristo: gente santa. Nuestra mayor preocupación no debería ser la santidad de la ropa, sino la santidad del templo del Espíritu, que somos nosotros.
Reconozco que no siempre estamos a la altura de ese llamamiento a la santidad, que más de una vez hemos sido incapaces de separar lo precioso de lo vil.
Si ese es nuestro caso, entonces he aquí esta maravillosa y grandísima promesa: “Por tanto, así dijo Jehová: ‘Si te conviertes, yo te restauraré y estarás delante de mí’ ” (Jer. 15:19). Y cuando estemos ante su presencia, disfrutaremos “la hermosura de la santidad” (Sal. 29:2).