Lo que adoramos nos transforma
“Y los que hacen ídolos son iguales a ellos, como también todos los que confían en ellos” (Sal. 135:18, NTV).
¿Por qué Dios no permite que tengamos ídolos? Porque adorar nos transforma. Aquello a lo que le des más valor en tu vida te moldeará a su semejanza y cambiará la manera en que te relacionas con los demás. “Quienes adoran al dinero se definen progresivamente en términos económicos”, escribe Tom Wright en Surprised by Hope [Sorprendido por la esperanza], “y tratan a los demás, cada vez más, como acreedores, deudores, socios o clientes, en lugar de seres humanos. Aquellos que adoran al sexo se definen progresivamente en términos sexuales (sus preferencias, sus prácticas, sus experiencias pasadas) y tratan a los demás, cada vez más, como objetos sexuales, reales o potenciales. Quienes adoran el poder se definen en estos términos y tratan a los demás como colaboradores, competidores o peones”. Dios nos creó a su imagen, pero la idolatría nos vuelve similares a la imagen de nuestros ídolos. Lo que adoramos nos transforma.
La adicción al trabajo es una forma de idolatría que generalmente toleramos e inclusive promovemos. Por supuesto, ser trabajadoras es importante. Sin embargo, el trabajo puede volverse insalubre si nuestra identidad está en juego. Ya sea como esposa o como madre a cargo del hogar, como profesional en una compañía multinacional, o ambas, presta atención a tu relación con el trabajo. ¿Estás trabajando para ganar la aprobación y el aplauso de los demás? ¿Son la productividad y la eficiencia los valores fundamentales de tu vida? ¿Estás arriesgando tu salud por hacer más cosas? Si el trabajo es tu ídolo, te transformará en alguien a su imagen. Te hará creer que tu valor viene de lo que produces, y no de quién eres en Cristo.
El autor Paul Miller cuenta cómo una crisis familiar lo llevó a dejar de trabajar por un tiempo y a reevaluar su vida. Una de sus epifanías, durante este tiempo de reflexión, fue comprender la “ineficiencia del amor”: “El amor verdadero y desinteresado no es eficiente. No puede serlo, porque el amor se trata de las personas, y las personas no son máquinas. No pueden ser programadas para satisfacer nuestras necesidades”. Amar a los demás no siempre es eficiente, en el sentido industrial de la palabra; muchas veces requiere que desaceleremos nuestra vida, para estar presentes y atentas.
Señor, solo quiero adorarte a ti. Adorar la eficiencia hace que me pierda de amar a las personas y a las etapas de mi vida que considero “improductivas”. El verdadero amor se basa en la gracia y no en la eficiencia; en haber sido creadas a tu imagen y ser tus hijas.
Amen