¿También hijos de Dios?
“Este recibe a los pecadores y come con ellos” (Lucas 15:1).
Cuando los escribas y fariseos pronunciaron las palabras de nuestro texto de hoy, estaban muy molestos con Jesús. ¿Qué los molestaba tanto? Al menos, dos cosas.
Lo primero, que Jesús se juntara con los parias de la sociedad. Lo segundo, que esos “parias” también parecían sentirse muy bien en la presencia del Señor. Así que, la rabia de los rabinos era por partida doble: a quienes ellos consideraban “malditos” (ver Juan 7:49), Cristo los recibía como miembros de la familia de Dios.
¿Quiénes eran esos pecadores a quienes Jesús saludaba como a hijos de Dios? En la Palestina de ese tiempo, entre los pecadores se contaban quienes desempeñaban trabajos considerados pecaminosos o impuros: las prostitutas, los cobradores de impuestos, los usureros, los apostadores…
Es difícil leer estas palabras y a la vez ignorar sus implicaciones: ¿También a las prostitutas las considera el Señor como “hijas”? ¿Qué diríamos de los homosexuales? A mi mente acude un relato que leí en un libro de Tony Campolo (Carpe Diem. Seize the Day, pp. 64-67). Es la historia de un pastor que había oficiado el funeral de un homosexual que había muerto de sida. Cuenta este pastor que al sepelio acudieron entre 25 y 30 amigos del fallecido; al parecer, todos homosexuales, por la forma en que vestían. Al concluir el servicio en el cementerio, ya él se retiraba del lugar cuando notó que ninguno de los presentes se movía. Entonces les preguntó si había algo más que podía hacer por ellos. Uno le pidió que leyera el Salmo 23. “Cuando me levanté esta mañana”, dijo, “pensé que me gustaría que alguien me leyera el Salmo 23”.
Al terminar, otro le pidió que leyera el pasaje de la Biblia que dice que nada nos puede separar del amor de Dios. Cuenta el pastor que cuando leyó que nada nos puede separar del amor de Dios, por primera vez vio señales de emoción en sus rostros. Luego vino otro pedido, seguido de otro y otro. Durante casi una hora, el pastor estuvo leyendo los pasajes bíblicos favoritos de este grupo de homosexuales.
Mientras leía este relato, no pude evitar que se me hiciera un nudo en la garganta. Tampoco pude evitar preguntarme: si ellos no han sido olvidados por el corazón del Padre, ¿qué estamos haciendo nosotros para atraerlos a la casa del Padre? ¿No son también “hijos de Dios”?
Capacítame hoy, Padre, para no considerar a ningún ser humano como indigno de la sangre de Cristo. ¿Quién soy yo para condenar a quienes tú llamas “hijos”?
Si creo que también son hijos de Dios, pero la palabra de Dios dice en el antiguo testamento que él solo creo hombre y mujer, por lo tanto ellos desafían la autoridad de Dios, por lo tanto si no se arrepienten no podrán ser salvos.