La usura
No tomarás de él usura ni ganancia, sino tendrás temor de tu Dios, y tu hermano vivirá contigo. Levítico 25:36.
El capítulo 25 de Levítico es un manual de relaciones humanas y transacciones comerciales. Dios dio instrucciones específicas antes de llevar a los israelitas a poseer Canaán. Les había dado la abundancia, y quería que los beneficiarios tuvieran la misma actitud hacia los demás.
Las instrucciones sobre el trato a los pobres estaban claramente establecidas. No existía ayuda gubernamental para los necesitados. Las familias con mayores recursos se responsabilizaban de los menos afortunados. La pobreza no estaba permitida en Israel, y el descuido y el abuso hacia los necesitados eran considerados pecado. ¡Qué bendición sería si hoy día siguiéramos esos principios! Sin embargo, existe gente sin escrúpulos, lista para “hacer leña del árbol caído”.
Mi hija mayor necesitaba un carro con urgencia. Trabajó todo el verano para ahorrar el dinero y comprar uno. De 10 de la noche hasta las 8 mañana, trabajaba en un centro de ayuda para niños con problemas de conducta. De 8:30 a 16:30, daba asistencia a un niño con autismo. Cuando reunió el dinero, un “amigo” se ofreció a acompañarnos a una subasta. Luego de haber elegido el vehículo y listos para regresar, el “amigo” nos exigió pagarle 200 dólares por la hora que había empleado para ayudarnos. Por más que le expliqué la dura experiencia de mi hija, no cedió en su esfuerzo de tomar usura.
Las instrucciones dadas por Dios en este capítulo de Levítico estaban pensadas para bendecir tanto a ricos como a pobres. El propósito divino era refrenar la avaricia y cultivar un espíritu de benevolencia y buena voluntad.
“Todos nosotros estamos entretejidos en la gran tela de la humanidad, y todo cuanto hagamos para beneficiar y ayudar a nuestros semejantes nos beneficiará también a nosotros mismos. La ley de la dependencia mutua afecta e incluye a todas las clases sociales. Los pobres no dependen más de los ricos, que los ricos de los pobres. Mientras una clase pide una parte de las bendiciones que Dios ha concedido a sus vecinos más ricos, la otra necesita el servicio fiel, la fuerza del cerebro, los huesos y los músculos, que constituyen el capital de los pobres” (PP, pp. 575, 576).
Dios no espera que elimines la pobreza, ni que niegues a tu familia para darle a otros. Lo que Dios espera es que cuando veas a alguien en necesidad, le brindes la ayuda que esté a tu alcance. Muestra hoy compasión con algún necesitado.