¿Amigo o enemigo?
“Acab dijo a Elías: ‘¿Me has encontrado, enemigo mío?’ ” (1 Reyes 21:20, LBLA).
¿De dónde sacó el rey Acab que el profeta Elías era su enemigo? Probablemente no había en todo Israel alguien más interesado en su bienestar que Elías. Lo que Acab no imaginaba era que su mayor enemigo vivía con él. De hecho, ¡dormía con él! Era Jezabel, su esposa.
¿Cómo alguien puede llegar a ser tan ciego? Lo que sucede es que el pecado nos ciega. Este hecho explica por qué, por ejemplo, el pecador le da la espalda al amigo que intenta ayudarlo a alejarse del mal; y también explica la asombrosa actitud de quien ahora ve como sus mejores aliados a quienes lo están empujando hacia el precipicio.
Ese era, justamente, el problema de Acab. Por consejo de la depravada Jezabel, se había apoderado ilegalmente de la viña de Nabot y, en el proceso, había dado muerte a un hombre inocente (ver 1 Rey. 21:116). Pero su doble pecado no quedaría impune. A su tiempo, los juicios de Dios caerían sobre ellos.
Acab había ido precisamente a la viña de Nabot para apoderarse de ella, cuando Elías lo encontró.
–¿Así que me has encontrado, enemigo mío? –le dice Acab.
–Te he encontrado –responde el profeta–, porque te has vendido para hacer lo malo ante los ojos del Señor (vers. 20, RVA-2015).
La respuesta de Elías no solo es contundente, sino además está saturada de poderosas imágenes. Las palabras “te has vendido” nos recuerdan la condición del esclavo que está bajo el dominio total de su amo, al punto de entregarle su voluntad. Y también nos recuerdan que quien se ha vendido al mal al final recibe su merecida paga: “Porque la paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23).
Por un tiempo Acab pareció salirse con la suya, pero finalmente “su pecado lo alcanzó” (Núm. 32:23). Al final, la profecía se cumplió con terrible exactitud: “En el mismo lugar donde lamieron los perros la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre, tu misma sangre” (1 Rey. 21:19; cf. 22:29-38).
Me pregunto cuán diferente habría sido la vida de Acab si hubiera juzgado a Elías al igual que lo hizo la viuda de Sarepta: como un hombre de Dios (ver 1 Rey. 17:24, NVI); un amigo por medio del cual el Señor trataba de salvarlo.
¡Otra habría sido su historia!
Padre celestial, ayúdame hoy a reconocer a los buenos amigos, especialmente aquellos que están haciendo esfuerzos para ayudarme a crecer en mi experiencia cristiana. Quiero verlos como lo que son: un tesoro de incalculable valor.