Envidia ministerial
“Juan le dijo a Jesús: —Maestro, vimos a alguien usar tu nombre para expulsar demonios, pero le dijimos que no lo hiciera, porque no pertenece a nuestro grupo” (Mar. 9:38, NTV).
Uno de mis colegas de la radio recibe muchos más comentarios y llamados de los oyentes que yo. Honestamente, al principio sentí envidia de su éxito. Dios tuvo que obrar en mi corazón para que dejara de compararme (y todavía hay días en los que debe recordarme que somos parte del mismo equipo). La envidia ministerial es insidiosa. A diferencia de la envidia común, esta variedad nos hace creer que nuestros motivos son puros: que nos importa proteger y hacer avanzar la causa de Dios.
Mientras Jesús estaba en el monte de la transfiguración, sus discípulos intentaron echar fuera a un demonio de un muchacho mudo, pero no lo consiguieron (Mar. 9:14-19). Jesús los encontró discutiendo con los escribas y una gran multitud. ¡Debió haber sido un evento bochornoso para los discípulos! Tiempo después, Juan le dijo a Jesús: “Maestro, vimos a alguien usar tu nombre para expulsar demonios, pero le dijimos que no lo hiciera, porque no pertenece a nuestro grupo” (Mar. 9:38, NTV).
¡Juan sintió envidia ministerial! ¿Cómo se atrevía este hombre, que no era parte de su grupo, a lograr hacer justamente lo que ellos no consiguieron? Jesús, entonces, le dio una respuesta simple y profunda: “Todo el que no está en contra de nosotros está a nuestro favor” (Mar. 9:40, NTV). En otras palabras: “Ustedes son parte del mismo equipo”.
“Una persona segura de su valor incondicional, basado en el amor de Dios, es una persona libre para afirmar los dones de los demás, sin sentirse amenazada o inferior”, escribe Rebecca Konyndyk DeYoung en Glittering Vices [Vicios resplandecientes]. Esta “es una persona libre de amar sin la ansiedad de que sus contribuciones sean comparadas con las de otros, o halladas faltas. Es una persona que puede alegrarse de sus propios talentos y los de los demás”. La envida ministerial hace que nos entristezcamos con los que se alegran y nos alegremos con los que se entristecen. Sin embargo, Dios nos llama a la libertad de su abundancia. Como dice la antigua canción: “Hay un lugar para todos, en la familia de Dios”. Pertenecemos al mismo equipo. Somos aliadas.
Señor, no quiero criticar ni envidiar el éxito profesional o los ministerios de los demás. Tengo una parte importante que cumplir. Ayúdame a ser fiel y a renunciar a la comparación. Cualquiera que ama y sirve en tu nombre es mi aliado. Tu equipo es más grande y diverso de lo que pueda imaginar. Gracias por darme el privilegio de ser parte.