“Es necesario que yo vaya”
“Vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no fue en vano” (1 Tesalonicenses 2:1).
La predicación en Tesalónica ocurrió poco después de que Pablo y Silas fueran maltratados físicamente en Filipos. El castigo había sido injusto. Además, Pablo era ciudadano romano y, como tal, no debía haber sido castigado.
Por eso, él dice que tuvieron osadía y confianza en Dios al anunciar el evangelio allí. A pesar del desafío de la predicación, el apóstol tenía tanto interés en agradar a Dios que cumplía la misión llevando en poca consideración la opinión de los hombres acerca de sí. Esto no significa que Pablo no respetaba los sentimientos de las personas. Lo que él quiere decir es que su objetivo no era agradar a los hombres y conquistarlos por astucia; más bien, tener la aprobación de Dios y acercar las personas al Maestro. Y por eso, él no adulaba a las personas, no buscaba elogio de las personas. Su negocio era presentar el evangelio de Dios.
Pablo también escribe que propuso ganar su propio sustento, a fin de que el evangelio fuese predicado gratuitamente. Con eso, nadie tendría motivo para acusar al apóstol de predicar por ganancia personal, pues él trabajaba a fin de no ser un peso para sus congregaciones.
Merece ser destacado el hecho de que Pablo enfatiza la relevancia de la Palabra de Dios, como elemento esencial de la predicación y de la transformación de las personas. Pablo fue reavivado por la Palabra de Dios. Ser predicador de la Palabra exige una postura ética correcta, pues la predicación no ocurre solamente por el contenido presentado, sino también por la conducta demostrada.
Elena de White dice que, mientras Pablo proclamaba con santa audacia el evangelio en la sinagoga de Tesalónica, raudales de luz eran derramados.
Pablo era osado y su misión estaba por encima de su función. Dios estaba por encima del ser humano. La Palabra estaba encima de su palabra. El prójimo estaba antes que él. Las cadenas de hierro que ataron sus pies fueron el anticipo de la corona de oro que adornaría su cabeza.
Letie Cowman cuenta que un buen soldado romano era el que, ante el peligroso mandato de guerra de un superior, respondía: “Es necesario que yo vaya, no que yo viva”.