¿Dónde comienza tu valor?
“Porque te aprecio, eres de gran valor y yo te amo. Para tenerte a ti y para salvar tu vida entrego hombres y naciones” (Isa. 43:4).
Es maravilloso darnos cuenta de que somos hechura de Dios. El valor que tiene una mujer comienza en esta verdad.
Apreciarnos a nosotras mismas y reconocer nuestra valía personal debiera ser lo más natural del mundo, pero las mujeres tenemos tendencia a desarrollar pensamientos destructivos, con lo que no logramos darnos el valor que merecemos por creación. Esta es una manera de pensar que debemos cambiar con la ayuda del Señor.
A veces el problema es que tenemos el concepto erróneo de que considerase a una misma como una mujer de valor que aprecia lo que es significa ser prepotente; pero esto no es cierto. El problema surge cuando no somos realistas a la hora de considerarnos a nosotras mismas; eso sí es prepotencia. Pero saber que somos valiosas porque somos hechura de Dios no tiene en sí mismo nada de prepotencia. En Romanos 12:3 leemos:
“Ninguno se crea mejor de lo que realmente es. Sean realistas al evaluarse a ustedes mismos, háganlo según la medida de fe que Dios les haya dado” (NTV). La consigna es valorarnos por lo que realmente somos: hijas de Dios. En esto no existe prepotencia ninguna, sino reconocimiento al Señor.
Amiga, tú vales mucho; no por lo que piensas de ti misma o por lo que piensan los demás, sino por lo que eres para Dios: él te creó, él te redimió. No te dejes abatir por experiencias que hieren tus recuerdos y lastiman tu corazón a tal punto, que te conviertan en presa de la amargura. Traza tu camino con Dios, y siembra palabras amables y sonrisas optimistas que tanta falta les hacen a millones de mujeres. Administra tus recursos femeninos y siéntete apta para cumplir la tarea que escogiste o frente a la que te han puesto tus circunstancias. Encuentra placer en las cosas simples, pues cuando lo haces te engalanas de humildad y te haces grande ante los ojos de Dios y del prójimo.
Escoge el tipo de mujer que quieres ser, tomando en cuenta tus peculiaridades. Únete en hermandad con tus congéneres, sin comparaciones, rivalidad ni prepotencia. Recuerda: ¡todas somos hijas del mismo Padre! Por eso todas somos sumamente valiosas a sus ojos, y así debería ser a nuestros propios ojos también.