El regalo de la incertidumbre
“Dios le dijo: ‘Deja tu patria y a tus parientes y entra en la tierra que yo te mostraré’ ” (Hech. 7:3, NTV).
Mi amiga Judy es una escocesa bella y aventurera. Juntas, recorrimos la ciudad de Münich, en Alemania, y la capital de Escocia, Edimburgo. Hace muchos años, para mi cumpleaños, Judy organizó un viaje a París. Ver las luces de la Torre Eiffel encenderse esa noche fue maravilloso; un regalo inigualable.
Si Judy viniera hoy a mi casa y me dijera: “Toma una muda de ropa y sube al auto rápidamente. Vamos de paseo”, lo haría sin dudar. Aunque ella no me dijera adónde vamos, me subiría al auto sin protestar y empezaría a disfrutar de la aventura. Quiero tener una relación así con Jesús. ¿Qué me lo impide? Mi deseo de controlarlo todo.
El control no es más que una ilusión, ¡pero cómo cuesta soltarlo! Es un mecanismo de defensa para tratar con nuestros miedos: miedo al fracaso, al dolor, a la muerte… Controlamos y manipulamos para sentirnos más poderosas (o un poco menos vulnerables). Nos enojamos cuando las cosas no salen a nuestro modo, porque es como si la vida nos gritara en la cara: “¡No tienes todo bajo control!” Seguir a Jesús implica ceder el control. Pero la incertidumbre no es nuestra archienemiga, sino un regalo. Que Dios nos regale incertidumbre es como recibir un par de medias para Navidad. Todos los niños prefieren juguetes, pero los padres entienden la diferencia entre “querer” y “necesitar”. Si abrazamos la incertidumbre, aumenta nuestra tolerancia al riesgo y nuestra dependencia de Dios.
El desafío es sobrenatural, pero también lo es el poder del Espíritu Santo. Hace poco tomé una decisión que me llenó de miedo con respecto al futuro. Pasé noches durmiendo muy poco. En medio del terremoto emocional, sentí que Dios me llamaba a abrazar la incertidumbre. De a poco, comencé a desprender mis dedos entumecidos al volante y poner mis manos en las de Jesús. Paulatinamente, Dios comenzó a reemplazar mi pánico con un sentimiento de expectativa y aventura.
Jesús, ayúdame a aceptar el regalo de la incertidumbre, que me obliga a avanzar por fe, y no por vista. Quiero dejarme sorprender. Quiero confiar más en ti y abrir mi corazón a lo inesperado, a la aventura de vivir la vida juntos, tú y yo.
No tengo nada que temer si tú estás junto a mi…. Te necesito en este aprendizaje que se llama vida!