Cuando se marchita el matrimonio
“Habló mi amado, y me dijo: ‘Amada mía, hermosa mía, levántate y ven. Ya ha pasado el invierno, la lluvia ha cesado y se fue; han brotado las flores en la tierra’ ” (Cant. 2:10-12, RVR 95).
En una ocasión, pasé varios días fuera de casa, y coincidió que en ese tiempo no llovió nada. Las plantas del jardín se marchitaron y se doblegaron por su mismo peso. El agua abundante con que las regué al llegar y el sol fueron suficientes para reanimarlas de nuevo. Regarla y permitir que reciba luz: esa es la manera de cuidar una planta.
Muchas veces se dice del amor de pareja que es como una planta que hay que cuidar; me parece una comparación acertada. En los primeros años de casados, las emociones placenteras están a flor de piel; vivimos con la persona que amamos y nos encanta estar cerca el uno del otro. Con el paso del tiempo, se van asentando los roles del hogar, y se va creando una rutina que a veces aleja poco a poco a las dos personas desde el punto de vista emocional. Además, los momentos emocionantes y placenteros de los primeros años son cada vez menos y más espaciados. Es entonces cuando surgen las críticas mutuas, aumenta el nivel de negatividad, se empiezan a repartir culpas y comenzamos a pensar que nuestro cónyuge no es lo que esperábamos. Señal clara de que el matrimonio se está marchitando y necesita riego y luz.
Y todo esto, por ambas partes. Las atenciones del noviazgo pueden ser ahora más abiertas y placenteras; la pasión y la atracción física pueden ser expresadas ahora más intensamente, pues los cónyuges tienen un sentido de pertenencia mutua sin límites, otorgado por Dios al momento de la ceremonia matrimonial.
La admiración y el reconocimiento del otro también riegan el amor. Mantener una actitud positiva cuando llegan los desacuerdos, pasar por alto las equivocaciones, y ofrecer y dar perdón son el riego perfecto para que florezcan los mejores sentimientos, las emociones más gratificantes y el deseo ser feliz y de hacer feliz al otro.
Hemos hablado hasta aquí del riego de la planta del amor; ¿y la luz? La luz es Dios. Acude a él en oración y suplica que te dé los mejores rayos del Sol de justicia, para que tú y tu esposo vuelvan a florecer en amor.