¿Es posible mirar a la cruz y no ver nada?
“Después de que lo crucificaron, echaron suertes para repartirse sus vestidos, con lo que se cumplió lo dicho por el profeta: ‘Se repartieron mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes’. Luego se sentaron a custodiarlo” (Mateo 27:35, 36, RVC).
Una de estas mañanas amanecí pensando en los soldados romanos encargados de custodiar a Jesús mientras pendía de la cruz. Cuando esos hombres salieron ese día a hacer su trabajo, no imaginaron que serían partícipes de un hecho que durante siglos había sido anunciado: el momento en el que el mismo Hijo de Dios pagaría con su sangre el derecho a redimir a la humanidad caída. Ellos, por supuesto, nada sabían.
Lo que sí sabían era que la ropa de quienes eran crucificados pertenecía a los soldados encargados de la ejecución. Por eso “echaron suertes para repartirse sus vestidos”: el turbante, las sandalias, el cinturón y la prenda de vestir externa con flecos. Cuatro partes, “una para cada soldado” (Juan 19:23). Pero como la túnica era sin costura, “de un solo tejido de arriba abajo […] dijeron entre sí: ‘No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será’ ” (vers. 23, 24).
¡Qué pensamiento tan solemne! Sin saberlo, en ese momento esos cuatro soldados estaban cumpliendo la profecía del salmista: “Repartieron entre sí mis vestidos y sobre mi ropa echaron suertes” (Sal. 22:8). Más solemne aún es pensar que quien pendía de la cruz del centro era Dios hecho carne. El Redentor del mundo estaba muriendo por ellos, ¡pero estaban más interesados en saber quién se quedaría con la túnica!
¿Habrán escuchado ellos las palabras del Señor: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”? Si, como indica la Escritura, la crucifixión de Jesús se extendió durante unas seis horas (Mar. 15:25; Mat. 27:45), ¿qué hicieron esos cuatro soldados durante todo ese tiempo, aparte de custodiarlo y echar suertes?
¿Es posible mirar a la cruz y no ver nada? ¿No sentir nada? ¿Qué ves tú mientras contemplas una vez más las escenas del Calvario? ¿Ves simplemente a un judío acusado de sublevación contra el César? ¿A un hombre bueno muriendo injustamente? ¿O ves al Hijo de Dios muriendo por ti?
“Cualquiera que contemple la cruz, y solo vea a un hombre bueno muriendo ahí, es casi tan ciego como los legionarios romanos” (Alexander MacLaren).
Amado Jesús, al recordar una vez más las escenas del Calvario, quiero darte gracias porque todo cuanto padeciste fue por amor a mí; y porque debí ser yo quien sufriera el cruel castigo de la cruz. Por las edades eternas será mi mayor gozo alabar y glorificar tu santo nombre.
Millones de hombres y mujeres asiáticos y también de otras partes de la tierra que nunca han oído hablar de los sufrimientos del Señor Jesucristo
no tienen ni la menor idea de lo que Dios ha hecho por salvarlos a ellos y
a toda a la humanidad- Sus religiones y sus gobiernos no les permiten que
los misioneros cristianos le hablen el mensaje de salvación-