¿Cómo quieres que te recuerden?
“Nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, sino que proclamamos a Jesucristo como Señor, y nos declaramos siervos de ustedes por amor a Jesús” (2 Corintios 4:5, RVC).
¿Qué te gustaría que se dijera de ti cuando ya no estés en este mundo? Esta pregunta pareciera no ser la ideal para comenzar el día; sin embargo, hay al menos dos buenas razones por las cuales vale la pena hacerla.
La primera razón la ilustra bien Peter Drucker, considerado por muchos el padre de la gerencia moderna. Cuenta él que cuando tenía unos trece años de edad su maestro de Religión una vez recorrió todo el salón de clases preguntando a cada alumno: “¿Cómo te gustaría que la gente te recordara?” Después de completar el recorrido, con una sonrisa en su rostro, el hombre dijo: “No esperaba que ustedes pudieran responder a mi pregunta, pero si cuando cumplan cincuenta años todavía no saben cómo responderla, habrán malgastado su vida” (The Daily Drucker, p. 176).
El caso es que la pregunta de su maestro impactó a Drucker durante toda su vida, al punto de que con frecuencia se la hacía a sí mismo y llegó a formar parte de sus charlas y sus escritos. ¿Por qué? Porque, en su opinión, esta pregunta lo animó a renovarse, a verse como la persona que algún día podía llegar a ser.
Tiene sentido. Siendo que vamos a pasar por este mundo una vez, ¿por qué no ser la mejor clase de personas que podamos: como estudiantes, amigos, trabajadores, esposos, padres…? ¿Por qué no esforzarnos siempre para hacer las cosas de la mejor manera que podamos?
Esforzarnos por llegar a ser la mejor clase de personas nos lleva a la segunda razón por la que conviene preguntarnos cómo queremos ser recordados: ¿Qué huellas dejaremos tú y yo a nuestro paso por este mundo? Por cierto, para dejar huellas, no se necesita ser una celebridad o un personaje famoso; solo basta con haber nacido.
Nuestras huellas quedarán en los lugares por donde pasamos, y sobre todo, en las personas con quienes tratamos. ¿Qué dirán esas huellas? ¿De qué hablarán?
¿Contarán la historia de una vida malgastada en la complacencia personal, o “gastada” en el servicio a Dios y al prójimo? Por sobre todo, ¿qué dirán del lugar que Cristo ocupó en nuestra vida?
Yo quiero que se me recuerde como un servidor de la humanidad por amor a Cristo. ¿Y tú?
Padre celestial, no quiero pasar por este mundo en vano. Ayúdame, por lo tanto, a cultivar en mi vida tus atributos de carácter, y a compartir con otros el maravilloso amor de mi Salvador.