Viento
“El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).
A mi amiga Anne le gusta escalar; a mí, no. Las alturas y yo no nos llevamos muy bien. Sin embargo, un día me dejé convencer y fuimos a un centro deportivo con muros de escalada. Con mi arnés conectado a la soga de seguridad, escalé la palestra hasta la cima, mientras Anne ascendía la pared de al lado. Entonces, noté el obvio inconveniente: el descenso. Las pocas veces que había practicado escalada de interiores, yo había descendido usando la técnica de rapel asistido. Sin embargo, este centro deportivo tenía un sistema de poleas de contrapeso. Para descender, había que soltarse y “dejarse caer”. Anne me había explicado esto. Sin embargo, al mirar hacia abajo desde la cima, la idea de soltarme de las presas de escalada me parecía ridícula. ¿Qué hice? Descendí como había ascendido, haciendo el recorrido al revés. Después de varios intentos más, Anne me convenció de soltarme. Los primeros tres o cuatro segundos, la sensación fue de caída libre, hasta que el contrapeso tensó la cuerda y desaceleró el descenso. Con su sabiduría habitual, Anne me dijo: “Así es la fe”.
Muchas veces nos cuesta soltarnos y dejarnos guiar por el Espíritu Santo, porque amamos el control.
Aunque confiar sería menos doloroso, nos aferramos a las presas de escalada, a las áreas de nuestra vida que aún podemos controlar, con dedos entumecidos y sudorosos. La Biblia ofrece una alternativa diferente y liberadora: nos invita a nacer del Espíritu (Juan 3:8). La fe es aprender a dejarse llevar por el viento; es ceder el control. Como Gary Shockley escribe, en The Meandering Way [El camino sinuoso]: “Tendemos a controlar y corregir el curso de nuestras vidas excesivamente, mientras mantenemos las velas cuidadosamente enrolladas […] por miedo a que el viento nos lleve a lugares a los que no planeábamos ir. A menudo nos conformamos con […] hacerlo a nuestra manera, en lugar de correr el riesgo de izar las velas […] para atrapar las ráfagas del Espíritu Santo”.
Ceder el control a Dios es una decisión que tomamos momento a momento. Es una disciplina diaria que hace morir al yo para que podamos nacer del Espíritu.
Señor, quiero aprender a ceder el control, a confiar más en ti. Ayúdame hoy a izar las velas de la fe. Te entrego mis preocupaciones, mis planes, mis prioridades, y recibo tu descanso. Te doy permiso para que cambies lo que quieras cambiar de mis planes. Estoy dispuesta a que tu Espíritu me lleve hoy a donde tú quieras que vaya.