No pidas no tener problemas; pide ser fuerte
“Señor, ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda sin que tú me escuches?” (Hab. 1:2).
El deseo de evadirse de los problemas es una tendencia humana muy natural. ¿A quién le gusta tener problemas? A nadie. Cuando la vida nos pone frente a situaciones adversas, nuestras estrategias de afrontamiento son puestas a prueba y, muchas veces, sentimos que nuestros recursos no son suficientes. Claro que nos gustaría en esas circunstancias no tener el problema. Desafortunadamente, las circunstancias indeseadas son inevitables; siempre tendremos problemas. De lo que se trata es de aprender a verles el lado educativo; es decir, lo mucho que aprendemos y crecemos cuando el Señor nos ayuda a superar un problema.
En repetidas ocasiones me he puesto de rodillas y he clamado al Señor que me liberara de un problema, o que hiciera desaparecer lo malo que me estaba sucediendo en aquel momento. En respuesta a mis plegarias, aparentemente, solo he recibido el silencio de Dios. En esos momentos, me he sentido paralizada, incapaz de actuar o de movilizarme en busca de una resolución que acabara con mi sufrimiento. Aparecía, entonces, un callejón sin salida, un túnel oscuro o una noche eterna, llenándome de enojo y haciéndome dudar una vez más de las promesas de Dios.
Pero ¿realmente Dios guarda silencio? No, claro que no. Una mujer me dijo una vez: “Al fin lo he entendido. He dejado de pedirle a Dios que sane a mi hijo. Ahora solo le suplico que me haga fuerte a mí para que pueda proveerle a mi hijo los cuidados que necesita en su condición. Por extraño que parezca, me siento en paz y con disposición y energía para atender a mi pequeño”. Ese es un camino más excelente.
Por supuesto, no quiere decir que no debamos decirle a Dios lo que anhelamos que suceda. Él está atento a nuestro clamor, nos atiende y nos sostiene; eso es indudable. Sin embargo, el aparente silencio de Dios frente al clamor de sus hijas es un espacio amoroso que precede al fin de nuestra angustia. Lo que sucederá será bueno, aunque no lo podamos percibir en el momento; a través de la fe lo podemos vislumbrar, mirando el futuro confiadamente.
Una ventana de esperanza se abrirá frente a ti y una extraña e incomprensible paz inundará tu corazón; fortalecida, tendrás vigor. Esa es la respuesta que debes esperar. El fin de tu problema llegará, sin duda, en el momento correcto, para tu bienestar y crecimiento cristiano.