Un encuentro multiplicador
“Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños” (Mat. 14:21, NVI).
“Las panaderías corren peligro nacional”, “Sobraron doce cestas”, “Un nuevo reino se aproxima”. No sabemos cuáles fueron los titulares del día siguiente, pero en los cuatro evangelios encontramos este relato narrado con la misma sorpresa y resaltando los mismos detalles. Sin duda fue un evento que impactó tremendamente a los discípulos.
No sé si, cuando eras niño te pasó, como a mí, que no entendías por qué los bancos simplemente no imprimían más billetes, o pensaste que la tarjeta de crédito era una forma mágica e inagotable de obtener cosas. La gente tampoco supo interpretar muy bien este milagro en esa ocasión. Pero Jesús dejó lecciones importantísimas esa tarde y hoy podemos reflexionar en un par.
La gente que se reúne a escuchar la palabra de Dios tiene una necesidad real y no podemos simplemente echarlos.
Con el sencillo menú de ese día, Cristo recordó que nuestra alimentación debiera ser sencilla, sin perversión ni lujos. También mostró que es realmente gracias a él que obtenemos el alimento diario y que él ha hecho amplia provisión para que todos puedan saciarse. Somos nosotros quienes inventamos necesidades o alteramos los gustos.
En medio del desierto y sin opciones, Jesús recurrió a su Padre celestial. Lo mismo nos toca hacer a nosotros ante cada circunstancia.
Como ayudadores, además, nos toca repartir primero a otros y ser intermediarios de las bendiciones.
“Los más inteligentes, los mejor dispuestos espiritualmente, pueden otorgar a otros solamente lo que reciben. De sí mismos no pueden suplir en nada las necesidades del alma. Podemos impartir únicamente lo que recibimos de Cristo; y podemos recibir únicamente a medida que impartimos a otros” (El Deseado de todas las gentes, pp. 337, 338). ¡Qué hermosa y necesaria imagen!
Quizás hoy crees que tienes menos que cinco panes y dos peces, pero con fe verás cómo hay abundantes recursos en las manos del Padre y que basta simplemente abrir nuestras manos para recibirlos… y compartirlos.
A nosotros también nos dice: “Denles ustedes de comer”.