Un encuentro con la incredulidad
“Por el encargo que Dios en su bondad me ha dado, digo a todos ustedes que ninguno piense de sí mismo más de lo que debe pensar” (Rom. 12:3, DHH).
En los últimos años, han salido películas que muestran a cristianos en situaciones en que su fe es puesta a prueba, especialmente al encontrarse con personas ateas. Y aunque los argumentos que estos fieles usan para demostrar la credibilidad de su fe son ciertos, de forma subyacente queda la idea de la derrota y la humillación de los no creyentes. Es importante que seamos cuidadosos con el celo con que cuidamos nuestra fe o la necesidad de defender algo que no requiere nuestra defensa.
La historia verídica de Lee Strobel, un periodista ateo que se propuso demostrar con evidencias que el cristianismo era una farsa, plantea un enfoque un tanto diferente. Sus escritos proveen un base muy interesante, no para atacar, sino para empatizar, ser tolerantes y amorosos con las personas que no comparten nuestra fe, y a la vez firmes en nuestras creencias y en la certeza del poder de Dios.
Para estos casos es importantísimo preguntarse constantemente qué haría Jesús y recordar la importancia que le daba él a las relaciones. Las noticias que traemos son para que las demás personas puedan tener una relación con Dios, no para ganar adeptos a una organización, para mostrarles cuál es el equipo “ganador”, o para considerarnos superiores solo por creer.
Elena de White lo plantea de forma hermosa: “Dios no obliga a los hombres a renunciar a su incredulidad. Delante de ellos está la luz y las tinieblas, la verdad y el error. A ellos les toca decidir lo que aceptarán. La mente humana está dotada de poder para discernir entre el bien y el mal. Dios quiere que los hombres no decidan por impulso, sino por el peso de la evidencia, comparando cuidadosamente un pasaje de la Escritura con otro. Si los judíos hubiesen puesto a un lado sus prejuicios y comparado la profecía escrita con los hechos que caracterizaban la vida de Jesús, habrían percibido una hermosa armonía entre las profecías y su cumplimiento en la vida y el ministerio del humilde galileo” (El Deseado de todas las gentes, pp. 422, 423).
Ojalá Dios nos dé discernimiento para saber cómo tratar a otros y no caer en la actitud de los judíos de esa época, para que estudiemos las Escrituras, creamos y lo imitemos a él.