Con un traje de bombero
En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. 2 Corintios 6:2.
Este es un día muy relevante en los países hispanos, sobre todo para los niños. Un día de ilusiones que se concretan en regalos y roscones. Y uno de los regalos más comunes es un camión de bomberos. Cuando se pregunta a un niño a qué se debe que haya pedido ese regalo, suele contestar: “De mayor quiero ser bombero”. Es curioso, llevamos en nuestro ADN la tendencia a ayudar a los demás. Pienso que es una de las muchas cosas en las que nos parecemos a nuestro Padre.
Había mucho que hacer en este mundo, así que, ni corto ni perezoso, Jesús se vino a vivir con nosotros. El aspecto, la imagen, que teníamos de Dios no respondía a la realidad y, por ello, nos presentó con claridad su imagen. No teníamos los mejores modales y, por ello, vino a dictar (con pleno conocimiento del constructivismo pedagógico) un curso de comportamiento. Vivíamos en un completo desaguisado y, por ello, acudió a rescatarnos.
El perfil más común de Jesús que ha presentado el cristianismo es el de Dios en “traje de bombero”. No hay duda de que manifiesta uno de sus aspectos más relevantes. El pecado había prendido con intensidad en la Tierra y se debía proceder con eficiencia y urgencia. El plan había sido diseñado desde el comienzo mismo de la Creación, y llegado el momento, nos vino a rescatar. Pablo, en 2 Corintios 6:2, dice: “En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido”. Y este es el momento oportuno; este es el día de salvación. No dudó ni un momento: hizo lo que tenía que hacer.
Dios tenía la posibilidad de haber acabado con este planeta con un simple chasquear de sus dedos, podía esperar a que todo quedara en cenizas, pero optó por involucrarse. ¿Por qué? Porque su “querer” es tan intenso como su “poder”. Satanás tiene una obsesión enfermiza con el “poder” y, como es usual en aquellos que padecen algo, quiso vendernos que era otro quien tenía el problema. Pero Dios no es así, Dios puede y quiere. No hubiese necesitado ni un parpadeo para descender de esa cruz y mostrar su inmenso poder, pero así no se hacen las cosas.
Las cosas se hacen bien, no por el puro placer de mostrar el poder. Jesús hizo lo que debía porque podía y porque, además, nos quería. Y murió por nosotros. No podíamos salir de este mundo en llamas y, sin dudarlo, se puso el “traje de bombero”.