24 dólares por la isla de Manhattan
“¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?” (Lucas 14:28, RVR 95).
El 6 de mayo de 1626, Peter Minuit y sus compañeros colonos holandeses les compraron la isla de Manhattan (Estados Unidos) a los nativos norteamericanos. Minuit pagó la legendaria suma de 60 florines holandeses; y entregó el equivalente a 24 dólares en artículos útiles como ollas, hachas, azadas, wampum y punzones para perforar. Hasta entonces, Peter Minuit había sido empleado de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, que había saqueado más de 120 millones de florines de los barcos españoles. Esto nos da una perspectiva de la clase de “hombre de negocios” que era. Y ahora, iba a ser el mandamás de la Colonia de Nueva Holanda, situada en la zona de la bahía de la actual ciudad de Nueva York.
El trato era una ganga. Aquella noche, él y sus hombres probablemente se rieron del negocio, pensando en cómo habían estafado a los nativos. Estos no tenían ni idea de lo que valía la tierra en Europa ni de cuánto habrían estado dispuestos los colonos a pagar por ella (es más, los nativos ni siquiera entendían el concepto de “propiedad privada” aplicado a un terreno). De ahí en adelante, el lugar pasó a llamarse Nueva Ámsterdam, y sus 270 residentes siguieron intercambiando productos europeos por pieles para venderlas en los Países Bajos.
Los nativos fueron realmente engañados, ¿no? Este acuerdo representó el choque de dos culturas con valores muy diferentes. El objetivo de los holandeses era comprar la tierra por el menor precio posible y, así, ganar más. La filosofía de los nativos era que, verdaderamente, nadie puede poseer la tierra pues forma parte del paisaje continuo del tiempo, que nos presta “el gran espíritu”. Este contraste de perspectivas hizo que fuera sencillo para los colonos estafar a los nativos.
Pero ¿quién era realmente el desprevenido? Puede que Minuit y sus amigos hayan festejado esa noche, pero lo cierto es que los nativos norteamericanos sabían algo que aquellos colonos desconocían por completo. Sabían que las praderas cubiertas de hierba y de flores silvestres, los majestuosos picos de las montañas, y los arroyos luminosos no pueden ser comprados ni vendidos por nadie. Sabían que la tierra que le “vendieron” a Pedro Minuit ni siquiera les pertenecía a ellos porque, simplemente, era un préstamo de un poder superior.
En cierto modo, parece que terminaron siendo los colonos quienes fueron engañados.