“Perfectos para siempre”
“Y así, con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).
Si hubo alguien que pretendió ser perfecto, ese fue Martín Lutero. Para los teólogos de su época, el pecado se reducía a simples actos; por lo tanto, el que quisiera ser perfecto solo debía abstenerse de cometer actos pecaminosos. Por eso, el monje Lutero hacía jornadas de ayuno de hasta tres días; y sus vigilias y oraciones excedían lo estipulado por las regulaciones litúrgicas de la iglesia popular. Se sentía tan satisfecho de su piedad que hubo días en los que se ufanaba diciendo: “Hoy no he hecho nada malo”.
Años más tarde, al reflexionar en ese Lutero “perfeccionista”, el reformador se definía a sí mismo en estos términos: “Yo era un monje bueno. Respeté de tal manera las reglas de mi orden, que puedo afirmar que si un monje hubiera llegado al cielo por su vida monástica, ese hubiese sido yo. Los que me conocieron en el monasterio saben que es así. Si hubiera seguido con tales prácticas, me habrían matado las vigilias, las oraciones, las lecturas y las obras”.⁶⁹ En 1510, cuando visitó Roma por primera vez, mientras subía la famosa Escalera de Pilato, besaba cada escalón y rezaba un padrenuestro en cada peldaño. Al final de la grada se preguntó en voz alta: “¿Quién sabe si esto es así?”⁷⁰
Casi una década después, Lutero se dio cuenta de que no era así, de que la genuina experiencia cristiana es una vida de fe y no de obras. El texto de Romanos 1:17 le dio un nuevo sabor a su agreste espiritualidad: “El justo por la fe vivirá”. La experiencia cristiana no se fundamenta en lo que hacemos, sino en la fe, es decir, en creer en lo que Cristo hizo por nosotros. Si nuestros ayunos, oraciones, lecturas y demás ejercicios espirituales pudieran hacernos perfectos, entonces la muerte de Cristo no habría sido necesaria (no tendría sentido). El libro de Hebreos declara: “Y así, con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14). Es la muerte de Cristo en la cruz lo que nos hace “perfectos”.
Mientras Lutero supuso que la perfección era algo que él podía conseguir por sí mismo, vivió una experiencia espiritual martirizada por el sentimiento de culpa. No sigamos ese ejemplo. Aceptemos por fe lo único que nos puede hacer perfectos: el sacrificio de Jesús.
69 Roland H. Bainton, Here I Stand: A Life of Martin Luther (Nueva York: Abingdon-Cokesburry Press), p. 45. 70 Ibíd., p. 51.
me justa leer estos mensajes cada dia de conocimiento de las escrituras gracias que Dios nos de mas saviduria para saber caminar en este mundo oscuro