Con los ojos abiertos
Envía tu luz y tu verdad; estas me guiarán, me conducirán a tu santo monte y a tus moradas. Salmo 43:3.
No se puede andar en línea recta con los ojos cerrados. El ser humano necesita la percepción óptica para conducirse adecuadamente. A través de la visión tomamos en cuenta los diferentes referentes que nos hacen seguir de forma correcta una trayectoria. Si cerramos los ojos o estamos en un lugar a oscuras, toman el control de nuestro caminar tanto los músculos como el sistema vestibular (esa parte del oído que controla el equilibrio). Si somos diestros nos escoraremos hacia un lado, y si somos zurdos hacia el otro. Al final, todos terminamos caminando en círculos si no hay luz suficiente.
El salmista pide a Dios su luz y su verdad porque hay luces y verdades que no son de Dios. Están los que viven bajo una linterna, y de tanto en tanto se quedan a oscuras porque se les acaban las baterías. También están los que prefieren la luz de las antorchas y, cuando menos se lo esperan, terminan quemándose. Y los que viven enganchados a la luz de un teléfono móvil o a la pantalla de un ordenador, y son simples periféricos de las redes sociales. Meras luces que nos hacen caminar en círculos.
La luz de Dios es diferente, aporta referentes que nos conducen hacia la Verdad. No hacia las pequeñas verdades de nuestros mundos personales, sino hacia la Verdad que da estabilidad y nos aproxima a la presencia divina. Creer no es solo un acto espontáneo, huyendo de artificialidades, sino, además, una actividad enmarcada y enfocada en dicha Verdad. Es por ello que debemos caminar con los ojos abiertos, disfrutando de los miles y miles de lúmenes de la luz de Dios. Observando los detalles, los matices, los contrastes, y comprendiendo que debemos avanzar de forma distinta de la que se nos antoja.
Hay un cuadro de Brueghel, “El viejo”, que se titula “La parábola de los ciegos” y donde se retrata a ciegos que siguen a un ciego. El guía cae en un hoyo y el siguiente le cae encima. Y pienso que, en ocasiones, somos un poco como ese cuadro de Brueghel. Sin luz, y apenas superando el suelo del materialismo. ¡Qué pena!
No te conformes con las minucias de una linterna ni con el fulgor de una antorcha, ni mucho menos con una pantalla (aunque sea Retina), porque tienes la posibilidad de recibir mucho más y gratis. Que tu oración, hoy, sea como la del salmista: “Envíame, Señor, tu luz y tu verdad. Ya no quiero caminar en círculos, llévame hacia tu presencia”.