En el mismo equipo
Ellos respondieron: Hemos visto que Jehová está contigo, y dijimos: “Haya ahora juramento entre nosotros”. Haremos contigo este pacto. Génesis 26:28.
Recuerdo, en mi infancia, la relevancia que tenían los compañeros que eran buenos jugando al fútbol. A la hora del patio, cuando los niños toman cualquier material y lo convierten en una pelota, se producía el fenómeno de ‘ajuntarse’. La mayoría de los alumnos querían formar equipo con los buenos jugadores. Era lógico, todos jugaban para ganar. Eso le pasó a Isaac, hizo las cosas bien, fue fiel a Jehová y las cosas no le podían ir mejor. Entonces se acercaron Abimelec y sus amigos, y quisieron hacer un pacto con él porque veían que tenía al mejor jugador de todos, a Dios.
Esta idea me parece muy interesante porque, cuando establecemos una relación auténtica con Dios, no solo nos beneficia a nosotros, sino además atrae a los demás. Incluso a los que están más alejados de nuestra identidad. ¿Por qué? Porque estamos junto al mejor, y eso gusta. En palabras de Elena de White: “¡Qué pensamiento más extraordinario, qué condescendencia inaudita, qué amor maravilloso: los hombres finitos puedan ser aliados del Omnipotente! ‘A quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios’. ‘Amados, ahora somos hijos de Dios’ [Juan 1:12; 1 Juan 3:2]. ¿Puede alguna honra mundanal igualarse a esto? Representemos la vida cristiana como realmente es; hagamos que el camino sea alegre, invitador, interesante. Podremos hacerlo si lo deseamos. Podemos llenar nuestra mente con cuadros vívidos de las cosas espirituales y eternas, y al hacerlo así contribuir a que sean una realidad para otras mentes” (La temperancia, p. 231).
Me fascina la aclaración de que la vida cristiana es ser alegre, porque la gente no necesita aliarse con cristianos tristes y apocados; que sea atractiva, porque la gente no necesita más hastío o ansiedades; que sea interesante, porque este mundo de superficialidad precisa algo de contenido, de reflexión existencial. Me tranquiliza que sea realizable con solo nuestro deseo, porque tenemos la certeza de que va a servir para algo.
Llevamos tiempo en el patio de la historia. Hubo jugadores espectaculares en el equipo de Dios. Pedro era rudo pero un excelente defensa. Pablo distribuía el juego desde medio campo como pocos. Apolos era un delantero muy fino, aunque hacía demasiadas filigranas. Bernabé era el mejor portero, paraba cualquier mala jugada. Pero el mejor, sin dudarlo, era el Entrenador.
Nunca nadie ha entrenado como Cristo. Con él siempre se gana. ¿Qué? ¿Te “ajuntas” a jugar una partida con Jesús? Por cierto, tráete a tus amigos.
Excelente contenido y las reflexiones a todo dar… Dios les bendiga.