Buceando en aguas profundas
“Las intenciones secretas son como aguas profundas, pero el que es inteligente sabe descubrirlas” (Prov. 20:5).
Cuando aquel esposo joven me contó entre lágrimas acerca de la infidelidad de su esposa, estaba devastado; junto a él, con las manos sobre su regazo y la angustia reflejada en su mirada, la esposa, con profunda tristeza, solo exclamó: “Perdóname, no me di cuenta de cómo pasó”. Me parecía que su actitud era sincera; se veía angustiada y sin saber qué hacer frente a lo que parecía ya algo irremediable. Fue difícil y largo el proceso hasta llegar al perdón y la reconciliación, pero lo lograron.
A veces se llega a lo irremediable sin ninguna intención, solo por haber descuidado las avenidas del alma. El mal se insinúa en ocasiones con tal sutileza, que resulta fácil caer en el mismo engaño en el que cayó Eva cuando estaba frente al árbol del que Dios le había dicho que no comiera. A ella le faltó inteligencia para descubrir las intenciones secretas del gran enemigo de las almas, Satanás, que se había personificado en una serpiente. Eva, en vez de huir, comenzó a dialogar con el mal y fue presa de sus emociones y de los deseos que despertó en ella el fruto prohibido. “Los pecados que los asedian deben ser vencidos, y los malos sentimientos deben ser desarraigados, y un carácter santo y santas emociones han de ser engendradas en nosotros por el Espíritu de Dios” (Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 604).
Desarrollemos con Dios y en oración inteligencia espiritual y emocional para saber discernir cuando estemos ante lo malo. Solo así seremos capaces de salir huyendo, no importa cuán atractiva nos parezca la seducción. Tengamos ojo clínico para descubrir las malas intenciones de alguien, aunque vengan disfrazadas de una inocente invitación. La tentación se insinúa y busca tocar la parte más débil de nuestra vida. Seamos conscientes de ella y, en súplica humilde, sujetémosla a la voluntad de Dios, doblegando los deseos pecaminosos.
El versículo de hoy nos exhorta a ser inteligentes y a ver más allá de lo que está frente a nuestros ojos. Si no lo hacemos, podemos tropezar; inclusive podemos caer en las aguas profundas del pecado del adulterio y ahogarnos, perdiendo la estabilidad de nuestro matrimonio. Pidamos a Dios que nos dé la inteligencia que necesitamos en estos tiempos difíciles que corren. Amén.