Santa audacia
“Entonces Elías le dijo: —¡No tengas miedo! Sigue adelante y haz exactamente lo que acabas de decir, pero primero cocina un poco de pan para mí. Luego, con lo que te sobre, prepara la comida para ti y tu hijo” (1 Rey. 17:13, NTV).
“¿Te escuché bien, Señor?”, podría haber preguntado Elías cuando Dios le dijo que dejara el arroyo seco y fuera a Sarepta, cerca de Sidón. Sidón era una ciudad gentil, en el corazón del territorio enemigo. De esa zona provenía la perversa reina Jezabel. Sin embargo, este no era el único problema: Elías debía ser alimentado por una viuda. Pero no una viuda rica, sino una extremadamente pobre. ¡Tan pobre, que ni siquiera tenía dinero para comprar leña! ¿Te animarías a acercarte a una persona que no conoces, que pertenece a una nación enemiga, que vive en condiciones paupérrimas y tiene un hijo que alimentar, para pedirle que te dé su último bocado de pan? Si Elías no hubiese estado convencido de que Dios lo estaba guiando, nunca podría haber hecho esto. Pero, como conocía al Dios a quien servía, lleno de santa audacia le dijo a la mujer que le diera de comer primero a él, y que Dios multiplicaría el harina y el aceite para ella y su hijo.
El predicador estadounidense Steven Furtick dice que la audacia no es la ausencia de incertidumbre o de ambigüedad, sino la creencia de que la promesa de Dios es más grande. Las instrucciones que Dios había dado a Elías no seguían una lógica humana. En lugar de viajar al territorio enemigo a depender de una viuda pobre, tenía más sentido esperar junto al arroyo seco. Sin embargo, Elías obedeció. El pedido que la viuda recibió tampoco tenía lógica humana. En lugar de usar su último puñado de harina y su última cucharada de aceite para alimentar a un inmigrante desconocido, tenía más sentido ignorarlo y priorizar a su hijo. Sin embargo, llena de una audacia santa, ella amasó una pequeña torta para el profeta. Ambos creyeron que las promesas de Dios eran más fuertes y más grandes que la incertidumbre que los rodeaba.
Señor, quiero ir donde tú me guíes y estar llena de audacia santa. Dame valor para avanzar en la dirección que me muestras, aunque los demás no entiendan o me juzguen. Tus promesas son más grandes que la incertidumbre. ¡Tu amor es más fuerte que el miedo!