Aún hay bálsamo en Galaad
“¿No queda bálsamo en Galaad? ¿No queda allí médico alguno?” (Jeremías 8:22, NVI).
¿Cuál es la diferencia entre “remendar” y “arreglar”? Nunca había pensado en ello hasta el día en que leí un ensayo de Susan Cooke Kittredge titulado “We all Need Mending” [Todos necesitamos remiendos]. En su obra, esta autora sugiere que cuando se arregla algo que está dañado, a simple vista no quedan evidencias de que alguna vez estuvo dañado. Tiene sentido lo que dice. El automóvil que ha sido chocado, la licuadora que ha dejado de funcionar, una vez que han sido arreglados, a simple vista no dan evidencia de que alguna vez estuvieron dañados.
Otra cosa sucede cuando hablamos de “remendar”. Según el Diccionario de la Real Academia Española, esta palabra significa, en su primera acepción, “reforzar con remiendo lo que está viejo o roto, especialmente ropa”. Es decir que, a diferencia de los objetos arreglados, la ropa remendada todavía muestra evidencias del daño que una vez existió.
¿Qué punto quería destacar Susan Cooke Kittredge al afirmar que no es lo mismo “remendar” que “arreglar”? Que el remiendo no oculta su historia. Como ella misma lo expresa, el remiendo no dice: “Aquí no ha pasado nada”. Muestra las huellas de que algo malo ocurrió. Pero no se detiene ahí. Además de preservar la historia del daño, también señala que todavía hay futuro. En otras palabras, el remiendo habla de nuevos comienzos; dice que, por muy rota que la tela haya estado, todavía tiene utilidad (This I Believe, t. 2, p. 138).
¿Es posible arreglar completamente lo malo que en el pasado hemos hecho, como si nada hubiera sucedido? No, porque las huellas quedan. Una relación rota, un corazón herido, un pecado cometido… Cómo desearíamos que todo fuera hoy como si nada hubiera sucedido. Pero no es posible, no solo porque hubo una caída, una herida, un pecado; sino también porque hubo consecuencias.
¡Ah, pero la vida no se detuvo en el pasado! Aunque es verdad que no podemos decir “aquí no ha pasado nada” –porque sabemos lo malo que hemos hecho– también podemos decir que Dios nos puede perdonar porque “la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). De manera que ¡alabado sea Dios!, aún queda “bálsamo en Galaad”.
Y si así son las cosas, ¿por qué entonces seguir viviendo en el pasado? ¿Por qué no agradecer a Dios porque la preciosa sangre de su Hijo nos ha dado perdón y redención?
Gracias, Padre celestial, porque la sangre de Cristo ha limpiado mi pasado, y porque me ha dado una nueva oportunidad, un nuevo futuro. ¿Qué más puedo desear?