“Brotarán ríos de agua viva”
“Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva” (Juan 7:37, 38).
En cierta ocasión, Ernest Vincent Wright escuchó que era imposible escribir un libro sin omitir de manera sistemática la letra “e”. Para una persona como Wright, cuya lengua materna era el inglés –idioma en el que la letra “e” es la más usual–, pareció bastante lógico lo que le dijeron. Sin embargo, él decidió demostrar que sí se podía escribir un libro completo sin usar la letra “e”. Así, en 1939, publicó Gadsby, una novela de más de cincuenta mil palabras, ninguna de las cuales contiene la vocal “e”. Para demostrar que se puede hablar y escribir sin la “e”, este estadounidense tuvo que eliminar la “e” de su máquina de escribir; pero aun así la utilizó en la introducción y, dicen los expertos, se le coló en dos o tres palabras.
Así como hay gente que se ha propuesto escribir sin la letra “e”, o sin la “a”, hay también quienes se han propuesto vivir una vida sin Dios. El salmista habla de ellos con estas palabras: “El malo se jacta del deseo de su alma, bendice al codicioso y desprecia a Jehová; el malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; no hay Dios en ninguno de sus pensamientos” (Sal. 10:3, 4). El malo es el arrogante que persigue al pobre, aquel al que solo le importa satisfacer las apetencias de su depravado corazón. La vida sin Dios es una experiencia caótica.
No nos fijemos en ese personaje malo; en cambio, emulemos la experiencia de los hijos de Coré y cantemos a todo pulmón: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal. 42:1, 2). Si alguno de nosotros siente esa sed, entonces tiene la oportunidad de aceptar la invitación divina: “Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva” (Juan 7:37, 38). Precisamente, admitir la sed de nuestro corazón, aceptar que no podemos vivir sin Dios, es lo que calmará la tempestad que se libra en nuestra alma.
Se puede eliminar de un libro la letra “e” y que siga teniendo sentido, pero eliminar a Dios de nuestra vida es hacer de ella un sinsentido total.