Esperanza rebelde
“Dichosos los que lloran, porque serán consolados” (Mat. 5:4, NVI).
Por más extraño que parezca, las oraciones de lamento son un acto de esperanza. Lamentarse en la presencia de Dios es hacer exactamente lo opuesto a ceder al cinismo. El lamento implica confiar en que, en algún momento y de alguna manera, seremos consoladas. Lamentarse es dejar el corazón abierto y sensible, en lugar de petrificarlo y guardarlo bajo siete llaves. Por esto es que muchos lamentos, aunque no todos, terminan con una alabanza. Muchos lamentos terminan con una corta frase que, aunque no provee una respuesta a todos los porqués, redirecciona el flujo de la emoción hacia el Cielo.
Por ejemplo, en el Salmo 13, David comienza su oración diciendo: “Oh Señor, ¿hasta cuándo te olvidarás de mí? ¿Será para siempre? ¿Hasta cuándo mirarás hacia otro lado? ¿Hasta cuándo tendré que luchar con angustia en mi alma, con tristeza en mi corazón día tras día? ¿Hasta cuándo mi enemigo seguirá dominándome?” (vers. 1, 2, NTV). Sin embargo, luego de descargar su angustia en Dios, David concluye el mismo salmo diciendo: “Pero yo confío en tu amor inagotable; me alegraré porque me has rescatado. Cantaré al Señor porque él es bueno conmigo” (vers. 5, 6, NTV). Sus enemigos aún lo perseguían, ¡su situación no había cambiado en absoluto! David no dice que confía en Dios porque posee un optimismo ciego e infantil. ¡Todo lo contrario! Viendo claramente la dificultad de su situación, y sin negar la complejidad de sus emociones, David redirecciona su atención hacia el Cielo. Este es un bellísimo acto de osadía espiritual; este es un acto de esperanza rebelde.
El plan del enemigo es separarnos de Dios. Ya sea con dolor o con placeres, su intención es desconectarnos del flujo del amor divino. La oración de lamento es poderosa porque nos mantiene conectadas, tanto con nuestras verdaderas emociones como con la razón de nuestra esperanza. Aunque no todos los lamentos deben terminar con una frase de alabanza (de hecho, no todos los salmos de David terminan así), el propósito del lamento es reconectarnos con la esperanza. El lamento nos mantiene unidas a un Dios que escucha, a quien le importas y quien quiere compartir nuestro dolor.
Señor, te agradezco porque puedo hablar contigo con franqueza y claridad. Saber que quieres conocer mis emociones más oscuras y difíciles me conmueve y me da esperanza. Tú realmente eres el Dios que me ve.
Amen, al Dios que me ve