El “apagafuegos” de Dios
“Luego Samuel ordenó: ‘Reúnan a todo Israel en Mizpa para que yo ruegue al Señor por ustedes’ ” (1 Samuel 7:5, NVI).
El “apagafuegos” de Dios. Así llama un autor al profeta Samuel (Warren W. Wiersbe, Wiersbe’s Expository Outlines on the Old Testament, p. 261). La razón para este calificativo tan singular es que, durante todo el tiempo en que Samuel juzgó a Israel, este hombre de Dios siempre estuvo listo para responder en los momentos de crisis.
Nuestro texto de hoy relata uno de esos momentos. Durante veinte años el arca había estado ausente, y la adoración al verdadero Dios había sido reemplazada por el culto a Baal y Astarot. Mientras tanto, los israelitas gemían bajo el yugo de los filisteos. Entonces acudieron al hombre que siempre estaba listo para enfrentar las emergencias.
Fiel a su costumbre, Samuel convocó una reunión de oración. En lugar de preparar a los hombres para batallar a los filisteos, Samuel los convocó a orar. Era la mejor manera de enfrentar a un enemigo que estaba mejor armado y también mejor organizado, porque el verdadero problema de los israelitas era espiritual, no militar. Por sobre todo, necesitaban buscar a Dios. En segundo lugar, en cada crisis Samuel veía una oportunidad para orar. ¿No era eso lo que había aprendido de Ana? De ella él había aprendido que la oración tiene poder. De hecho, ¡él mismo había nacido en repuesta a las oraciones de ella!
Cuando los príncipes filisteos supieron que Israel se había reunido en Mizpa, subieron para enfrentarlos. Entonces el temor se apoderó de los israelitas (1 Sam. 7:8). Samuel oró, y el Señor lo escuchó. ¡Y en qué forma! “Jehová tronó aquel día con gran estruendo sobre los filisteos, los atemorizó y fueron vencidos delante de Israel” (vers. 10).
¡Ese es el poder de la oración de fe! Lo que ocurrió ese día en Mizpa lo había expresado Ana, en su oración de gratitud a Dios, después que Samuel nació: “Él guarda los pies de sus santos, mas los impíos perecen en tinieblas; porque nadie será fuerte por su propia fuerza. Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios y sobre ellos tronará desde los cielos” (1 Sam. 2:9, 10).
¡Todo lo bueno que puede suceder cuando una madre ora! ¡Y también cuando sus hijos aprender a orar!
Señor, al igual que Samuel, quiero cultivar el hábito de estar en comunión contigo: escuchar tu voz por medio de la Escritura; hablarte por medio de la oración. Quiero hacer de mi hogar un santuario donde cada miembro de la familia pueda tener un encuentro personal contigo cada día. Amén.