Azúcar y sal
“No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno” (Juan 17:15, NTV).
Uno de mis vecinos prepara las más deliciosas mermeladas y conservas caseras. Él tiene una huerta con una gran variedad de vegetales y frutas. Así que, todo lo que él prepara es orgánico y natural. Hace unos días fui a visitarlo y me obsequió un frasco de mermelada de arándanos (hecha, por supuesto, con los arándanos de su huerta). Traje a casa el frasco del “elixir violeta” con una enorme sonrisa y muchísima expectativa. Unos días después, tomé una rebanada de pan con semillas y abrí el frasco.
¡Ploc! Un sonido extraño y un olor extraño me sorprendieron cuando abrí la tapa. Me acerqué el frasco a la nariz y lo olfateé un poco. Con una cucharita, tomé una pequeña cantidad de mermelada, la probé… y comprobé mis sospechas: había fermentado.
Cuando las mermeladas caseras no tienen suficiente azúcar, fermentan. Lamentablemente, tuve que tirarla a la basura.
Durante el Sermón del Monte, Jesús dijo: “Ustedes son la sal de la tierra” (Mat. 5:13, NTV). En los tiempos de Jesús, la sal se usaba, entre otras cosas, para preservar la carne. Tanto la sal como el azúcar actúan como deshidratantes. Las bacterias que echan a perder los alimentos necesitan la humedad para desarrollarse y madurar. Por eso, si agregamos suficiente azúcar o sal, disminuimos considerablemente el riesgo de formación de patógenos. Sin embargo, sin importar cuán buena sea la calidad de la sal o del azúcar, si permanecen en el salero o en el azucarero nunca modificarán la comida.
A veces malinterpretamos la advertencia de Cristo: “Pero ¿para qué sirve la sal si ha perdido su sabor?” (Mat. 5:13, NTV). Creemos que significa que debemos aislarnos y separarnos completamente para mantener nuestra pureza. Sin embargo, si la sal no se mezcla con la comida, no le da sabor. El verdadero desafío es estar en el mundo, sin ser del mundo (Juan 17:15-18). ¡Tienes un deber y un rol que cumplir! Sin tu presencia y la de miles de otras mujeres, la mermelada se echará a perder. Deja de esconderte; permite que tu luz brille.
Señor, quiero vivir de tal manera que los demás puedan ver mi esperanza y contagiarse de mi alegría. Ayúdame a descubrir cuál es mi herencia espiritual, y a conquistarla con audacia y fe. No voy a esconderme. Quiero aprovechar cada oportunidad para echarle al mundo una pizca de sal.
Amén, no quiero esconderme. Sino trabajar en el rol y deber que me toca, descubrir mi herencia y trabajar co. Audacia y fe para conquistarla y tomarla. Amén, bendiciones