Prisioneros fuera de la cárcel
“No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender” (Fil. 4:6, 7).
Son muchas las personas que, para hacer frente a la vida, necesitan una “muleta”; es decir, algo en lo que apoyarse y sin lo que no conciben la supervivencia. En algunos casos, la muleta en la que la gente se apoya puede llevarlos a la muerte; me refiero, por ejemplo, a esas personas que no pueden hacer vida normal si no tienen una adicción, como la comida, la compra compulsiva, el trabajo, el sexo, los fármacos, el dinero, la computadora e Internet, la televisión, los juegos de azar o las drogas. Lejos de ser un apoyo real para una vida plena, estas “muletas” conducen al abismo.
Estas conductas adictivas pueden producir un alivio pasajero y momentáneo a una necesidad oculta no satisfecha, pero conducen irremediablemente a un desenlace de dolor, dejando por el camino relaciones rotas con los seres queridos, con una misma y, por supuesto, con Dios.
Vemos a esposos adictos al trabajo que prefieren estar lejos del ambiente hostil de la familia; vemos a jóvenes adictos a la tecnología para no oír ni ver la reyerta continua de sus padres; vemos a niños con adicción a la televisión como una forma inconsciente de evadir el confinamiento al que son sometidos por padres ocupados que no cuidan lo que tienen; vemos a mujeres con una necesidad imperiosa de ir de compras o de comer compulsivamente cuando no reciben reconocimiento por lo que hacen por la familia… En fin, esta es una triste realidad que no podemos eludir y que, posiblemente, te esté afectando a ti.
Sumergirnos en las adicciones es resignarnos a perder irremediablemente lo mejor que nos ha dado Dios: la familia y los seres que amamos. Pidamos sabiduría de lo alto para que no caigamos en una adicción o, si ya tenemos alguna, el Señor nos ayude a arrojar lejos esa muleta para apoyarnos única y exclusivamente en él.