“Les dará otro Consolador”
“Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre” (Juan 14:16, NVI).
La revista Oceanographic premió la fotografía de dos pingüinos abrazándose mientras miran las luces de la ciudad de Melbourne, Australia. Quizá alguno pueda suponer que es una imagen sencilla, común; pero lo que la hace meritoria es la historia que hay detrás. La imagen captada por Tobias Baumgaertner presenta a dos pingüinos, el varón es joven, y la hembra es anciana. La hembra ha perdido a su compañero; y el varón ha perdido a su compañera. Dice Baumgaertner que “desde entonces se encuentran frecuentemente, consolándose y parándose juntos durante horas mientras observan las luces danzantes de la ciudad”. Dos solitarias aves marinas, ¡que se abrazan para consolarse mutuamente!
¿Cuántos de nosotros deseamos un simple abrazo? ¿Cuántos estamos sedientos de una palabra de consuelo? Desde la entrada del pecado, la soledad y el desconsuelo han llegado a formar parte intrínseca de lo que significa vivir en un planeta que se ha rebelado contra su Creador. Somos como esos dos pingüinos solitarios, con la diferencia de que no siempre encontramos a alguien que generosa y bondadosamente se coloque a nuestro a lado.
Dios, sabiendo que nuestra vida estaría plagada de esos momentos de desconsuelo, decidió darnos un Consolador. Leamos Juan 14:16: “Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre” (NVI). La palabra griega paráclito, traducida aquí como “Consolador”, alude a alguien que se coloca al lado de otro para confortarlo; es el que habla cuando las palabras se nos han acabado. El paráclito es el que nos ayuda cuando caemos en el abismo; el que nos da ánimo cuando el corazón se rinde. Y Jesús promete que el Padre nos dará ese Consolador, el Espíritu Santo.
Toda la Deidad entra en acción cuando se trata de consolar a un alma abatida; nuestras lágrimas ponen en movimiento a los Tres Grandes Poderes del cielo. Jesús pide; el Padre da; y el Espíritu viene y permanece junto a nosotros. Uno de mis libros favoritos nos lo recuerda con estas palabras: “Nunca estamos solos. Sea que lo escojamos o no, tenemos siempre a Uno por compañero” (El ministerio de curación, p. 391).
El fotógrafo celestial muestra a todo el universo tiernas imágenes en las que aparecemos siendo abrazados por el Consolador.