Al regreso del viaje
“Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron lo que habían hecho y enseñado. Y, como no tenían tiempo ni para comer, pues era tanta la gente que iba y venía, Jesús les dijo: –Vengan conmigo ustedes solos a un lugar tranquilo y descansen un poco” (Mar. 6:30, 31, NVI).
¡Qué lindo es volver de viaje y tener esa charla en la que contamos todo lo que hemos visto y experimentado, los percances, las sorpresas y las anécdotas chistosas! Muchas veces la acompañamos de fotos y videos, y a veces hasta con algún regalito de recuerdo.
Los discípulos tenían tanto para contar. ¿Le contaron a Jesús los sermones que habían predicado? ¿Le mencionaron los nombres de las personas que habían visitado o los lugares por donde pasaron? No lo sabemos, pero realmente fue una experiencia única. Sin embargo, en muchos momentos se sintieron angustiados al no saber qué hacer y no poder consultarle a Jesús. El Maestro ahora quería pasar un rato solo con ellos para que pudiesen estar en comunión y para darles más instrucciones sobre lo que debían hacer en el futuro. Jesús sabía que estaban cansados y abrumados por todo lo sucedido. Además, no tenían tiempo ni para comer.
Hace un par de años entré a una pizzería en Buenos Aires donde había unas mesas altas para gente que comía apurada y parada. A ese ritmo frenético hemos llegado hoy. Y en ese momento, los discípulos tampoco paraban para comer.
Pero Dios no nos ha creado para vivir eternamente a ese ritmo y sabe más que nadie que necesitamos reposar.
“Al notar los discípulos cómo sus labores tenían éxito, corrían peligro de atribuirse el mérito a sí mismos, de albergar orgullo espiritual, y así caer bajo las tentaciones de Satanás. Les esperaba una gran obra, y lo primero que debían aprender era que su fuerza no residía en sí mismos, sino en Dios. Como Moisés en el desierto del Sinaí, como David entre las colinas de Judea, o Elías a orillas del arroyo de Querit, los discípulos necesitaban apartarse del escenario de su intensa actividad para comulgar con Cristo, con la naturaleza y con su propio corazón” (El Deseado de todas las gentes, p. 327).
Muchas veces, en nuestra vida y en la iglesia, corremos el mismo peligro. Dios nos está invitando a tener un encuentro con él más que con una actividad. Oremos por equilibrio y oremos por nuestros líderes también, para que juntos podamos poner siempre el foco en donde debe estar.