El dolor de un niño
“¡Ojalá piensen siempre de la misma manera, y me honren y cumplan mis mandamientos todos los días, para que tanto ellos como sus hijos tengan siempre una vida dichosa!” (Deut. 5:29).
Mucha gente cree que la infancia es la etapa más feliz de la vida, y yo no tengo dudas de que es así o de que, al menos, así debería ser, pues los niños, con una existencia breve y con pocas experiencias, son como una semilla recién plantada en el surco de la vida que espera florecer y dar fruto. Desafortunadamente, la realidad a veces difiere mucho de esta situación ideal. Millones de niños en todo el mundo viven en condiciones de soledad y abandono, aun estando con personas que deberían proveerles seguridad, apego, afecto y respeto. No nos engañemos: muchos niños sufren mucho.
Gracias a que tiene una mente moldeable, el niño puede ser educado, instruido, conducido, guiado y amado para llegar a ser un digno hijo de Dios; pero por otro lado, su vulnerabilidad lo pone en peligro cuando está a cargo de adultos abusivos que lo agreden física y emocionalmente, coartan su derecho a crecer y a desarrollarse, no proveen para sus necesidades y lo explotan, lo que siembra en su mente y en su corazón miedos, desconfianza, rebeldía, odio, rencor y violencia abierta o encubierta.
Afortunadamente, los hogares cristianos hemos recibido instrucción divina para criar a nuestros niños. Dios, como el padre amoroso y compasivo que es, nos enseña y conduce en el arte de la paternidad por medio de indicaciones directas. Guiar a los niños en estos principios debe ser nuestro compromiso, y la obra que debemos asumir y realizar ahora, pues de ella depende la salvación de nuestros hijos. “Cuando empiece el juicio y los libros sean abiertos […] muchos levantarán sus coronas a la vista del universo reunido y, señalando a sus madres, dirán: ‘Ella hizo de mí todo lo que soy mediante la gracia de Dios. Su instrucción, sus oraciones, han sido bendecidas para mi salvación eterna’ ” (Eventos de los últimos días, p. 298).
Hoy, al servir el desayuno a tus hijos, hazlo como si fuera Jesús en persona el que les está sirviendo.