Reprobados – parte 1
“Los fariseos y los saduceos fueron a ver a Jesús, y para tenderle una trampa, le pidieron que hiciera alguna señal milagrosa que probara que él venía de parte de Dios” (Mat. 16:1).
Ellos fueron los evangelistas más exitosos de la historia del cristianismo. Bautizaron a miles de personas. Escribieron algunos de los libros más vendidos de todos los tiempos. Testificaron ante reyes y viajaron por toda la tierra, poniendo el mundo de cabeza por causa de Jesús.
Pero todos reprobaron sus exámenes finales. Obtuvieron la calificación más baja de todas. Cuando les tocó rendir el examen principal, se hundieron. Durante el interrogatorio, uno de ellos ni siquiera atinó a pronunciar bien el nombre de su Maestro.
¿Por qué Jesús tenía tanta fe en ellos, sus torpes e incompetentes discípulos?
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¡Cuántas experiencias maravillosas vivieron los discípulos! Aprendieron a participar en guerras espirituales y a perdonar hasta setenta veces siete. Presenciaron cómo los ciegos recibían la vista, los leprosos eran sanados, los muertos resucitados… Vieron una legión de demonios despeñarse por un acantilado en una manada de cerdos. Escucharon el mensaje de Jesús, que les decía: “No se preocupen, sean felices” (Mat. 6:25-34). Comprendieron que la verdadera bendición proviene de corazones puros, de promover la paz y de enfrentar persecución. Sin embargo, antes de que se encontraran con la cruz, todo era retórica para ellos. Su carácter seguía siendo el mismo. Y cuando las cosas comenzaron a ponerse mal, huyeron.
Mateo 16 explica que los dirigentes religiosos judíos pedían una señal. No habría nada raro en eso si Mateo no mencionara esta solicitud justo después de la alimentación de los cuatro mil. Esa fue una hazaña realmente impresionante: alimentar a varios miles de personas con siete panes y dos peces. Pero no fue lo suficientemente impresionante como para que los fariseos creyeran, ni para infundir verdadera fe y comprensión en los discípulos. Porque los milagros no edifican la fe, solo la confirman.
Continuará…