El Evangelio de Juan
“En el principio ya existía la palabra; y aquel que es la palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios” (Juan 1:1, 2).
Los eruditos creen que el Evangelio de Juan fue uno de los últimos libros que se escribió de la Biblia. ¿A quiénes estaba dirigido? A personas que eran muy jóvenes para haber conocido a Jesús personalmente, e incluso para conocer a los que sí tuvieron ese privilegio. Entre sus muchas peculiaridades ingeniosas, historias y estilo único, encuentro un hecho que me resulta particularmente intrigante. En los Evangelios de Mateo, Marcos, o Lucas, Jesús toca a las personas para sanarlas, o ellas lo tocan a él; pero en el libro de Juan, solo se necesita una palabra.
¿El hombre paralítico que yacía junto al estanque de Betesda? Ni siquiera sabía que Jesús se acercaba, pero cuando él le dijo “levántate y anda”, fue suficiente. ¿El hijo del funcionario real? Su padre creyó en la palabra de Jesús de que su hijo sería sanado, y efectivamente lo fue, justo a la misma hora en que Jesús lo había declarado sano desde lejos. ¿Y Lázaro? Mientras Eliseo tuvo que recostarse sobre el hijo de la mujer sunamita y estrecharlo contra su cuerpo para resucitarlo, Jesús solo tuvo que hacer un llamado desde cierta distancia. “¡Lázaro, sal fuera!” fue todo lo que necesitó, y Lázaro salió de su tumba.
¿Y qué del ciego cuyos ojos Jesús cubrió con barro? Eso implicó algo de contacto físico, ¿verdad? Pues, sí y no. Verás, la curación real no ocurrió sino hasta que el hombre se alejó al menos unos 900 metros de Jesús para llegar al estanque de Siloé. Solo entonces el ciego finalmente vio.
¿Qué está tratando de decirnos Juan en su Evangelio? Simplemente esto: que la palabra de Jesús es tan poderosa para transformar tu vida como lo es su toque. No importa que Jesús se haya ido al cielo. De hecho, es mejor así porque ahora Dios puede usarnos a nosotros. Jesús es la vid pero nosotros somos las ramas (Juan 15:5). Aunque nunca conociste a Jesús personalmente, estás conectado a él, tanto como lo estuvieron aquellos que lo conocieron cuando estuvo en la tierra.
El Evangelio de Juan es el único que cuenta sobre las “dudas” de Tomás. La historia es un mensaje para cada uno de nosotros que, a diferencia de Tomás, no tuvimos que examinar de cerca las evidencias para creer: “Porque me has visto, has creído […]; dichosos los que no han visto y sin embargo creen” (Juan 20:29, NVI).