¡Fuerte!
«Gobernaba en aquel tiempo a Israel una mujer, Débora, profetisa, mujer de Lapidot» (juec. 4: 4).
Cuando piensas en lo que significa ser una mujer cristiana, ¿qué palabras vienen a tu mente? Sabia, cortés, trabajadora, buena hija/esposa/madre, sumisa… ¿Y fuerte? ¿Consideras que para ser una verdadera seguidora de Cristo debes ser fuerte? En su artículo «Lisa Bevere on Why the Church Must Stop Undermining the Strength of Women», la escritora estadounidense comenta: «Por alguna razón, pareciera que, en la comunidad cristiana, a las mujeres se les envía el mensaje de que ser fuertes está mal. La fuerza está mal. Ser fuertes es ser ambiciosas. Ser fuertes es algo que las mujeres cristianas no somos. Somos dulces y calladas». Esta imagen de feminidad cristiana, sin embargo, no es realmente bíblica.
Tan solo doscientos años después de que Josué guiara al pueblo de Israel a tomar posesión de la tierra prometida, los israelitas se olvidaron de Jehová y comenzaron a adorar a los ídolos cananeos. En ese contexto de idolatría y opresión, Dios llamó a una mujer para guiar a su pueblo: Débora. Y Dios le dio una misión doble: como profeta y como jueza. En A Prophet Among You [Un profeta entre ustedes], T. Housel Jemison comenta: «Débora sirvió en un cargo prominente, ya que hombres y mujeres venían de muchas partes de Israel para consultarle acerca de sus problemas y obtener un juicio. Su reputación no estaba fundada solamente en el hecho de que emitía un buen juicio, sino en que era reconocida por todos como profeta del Señor». Estoy absolutamente convencida de que Débora no podría haber cumplido con su misión sin fortaleza. Débora se sentaba bajo su palmera a juzgar al pueblo. Cuando los israelitas le traían sus disputas y querellas, ella las resolvía con justicia, sabiduría y gran fortaleza de carácter.
Tendemos a confundir el adjetivo «fuerte» con «agresivo» o «pendenciero». Sin embargo, una persona musculosa puede usar su fuerza para protegernos o para lastimarnos. El problema no son los músculos, sino el carácter. Como mujeres, Dios nos llama a ser fuertes. Él nos llama a recibir su fortaleza de carácter para tomar nuestro lugar y hacer nuestra parte. En el trabajo o en la esfera en que te encuentres, Dios te dice: «¡Sé fuerte y muy valiente!» (Jos. 1: 9).
Señor, gracias porque tú me das la fortaleza necesaria para hacer mis tareas y cumplir con mi llamado. En ti, aunque me sienta débil, soy fuerte. «Con tu fuerza puedo aplastar a un ejército; con mi Dios puedo escalar cualquier muro» (Sal. 18: 29. NTV)