Un corazón limpio y recto
“Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lucas 15:7).
¿Qué es lo primero que viene a tu mente cuando escuchas el nombre del rey David? Si hiciéramos una encuesta con esa única pregunta, serían muchos los que recordarían su doble pecado, al adulterar con Betsabé y luego propiciar la muerte de Urías.
¡Qué bueno es que Dios vea las cosas desde una perspectiva diferente! Aunque desaprobó de manera rotunda el pecado de David, y lo dejó cosechar sus terribles consecuencias, Dios lo perdonó por completo, según se desprende de la siguiente declaración: “David, mi siervo, que cumplió mis mandamientos y me siguió con todo su corazón, y cuyos hechos fueron rectos a mis ojos” (1 Rey. 14:8).
¡Qué impresionante! ¿Por qué el Señor habla de David en términos que parecen sugerir que nunca pecó? La realidad es que pecó, y gravemente; pero hay por lo menos dos razones que explican por qué Dios llama a David “mi siervo”. En primer lugar, ¿de cuántos otros pecados de David habla la Escritura?
Como ser humano, es obvio que pecó en otras ocasiones, pero parece que la práctica habitual de David era hacer lo recto. Y es la práctica habitual, la tendencia de nuestros actos, lo que revela nuestro carácter, como bien lo indica la siguiente declaración: “El carácter se revela, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecutan, sino por la tendencia de las palabras y los actos habituales” (El camino a Cristo, p. 56).
La segunda razón por la que Dios lo llama “mi siervo”, no es menos importante: tan serio como fue su pecado, así fue su arrepentimiento. Basta leer, por ejemplo, el Salmo 51 para comprobarlo.
¿Qué podemos aprender de la experiencia del rey David? Que no importa cuán grave sea nuestro pecado, Dios nos perdonará si nos arrepentimos de todo corazón, tal como él promete en su Palabra: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Si has caído en pecado, ahora mismo puedes doblar tus rodillas ante tu Padre celestial y pedirle que tenga piedad de ti; y que, conforme a su misericordia, borre tus rebeliones. El resultado será que la sangre de Jesucristo, su Hijo, te limpiará de todo pecado, y te dará un corazón limpio y recto.
Santo Espíritu, capacítame de modo que hacer lo recto ante tus ojos se convierta en un hábito en mi vida, comenzando hoy mismo.
Me parece marabilloso