Las tres listas
“Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, Jacob, y Formador tuyo, Israel: ‘No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú’ ” (Isaías 43:1).
¿Te ha sucedido alguna vez que, mientras lees, sientes el impacto de lo que el autor está diciendo? ¿Y, cuando esto ocurre, ya no sigues leyendo sino que te quedas por un rato procesando la información?
Algo así me pasó cuando leía una declaración de Max Lucado en la que este autor estaba reflexionando sobre lo que habrá significado para Dios haber entregado a su Hijo a una muerte que no merecía, con el único objeto de que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. Entonces Lucado pregunta: “¿Entregarías a un hijo, a una hija, para que un enemigo muera?” Luego él mismo responde: “Hay personas por las que yo daría mi vida, pero pídeme que haga una lista con los nombres de aquellos por quienes yo mataría a mi hija. La hoja estaría en blanco” (He Did This for You, p. 36).
Ya puedes imaginar por qué esas palabras me dejaron pensando. ¿Por quiénes yo daría mi vida? En esa lista hay varios nombres, pero no muchos.
Luego pensé: ¿Por quiénes daría yo la vida de mis hijos? Esta pregunta, en comparación con la anterior, fue muy fácil de responder: ni siquiera tengo que pensarlo. ¡En esta lista no habría ningún nombre! ¿Quién en su sano juicio daría la vida de un hijo para que otra persona viva?
Y ahora la tercera pregunta: ¿Por quiénes entregó Dios la vida de su único Hijo? Esta es la tercera lista; la lista de Dios. En ella están los nombres de todos los seres que han nacido en este mundo. Están los nombres de los patriarcas, de los profetas, de los discípulos, y los nombres de los hombres y las mujeres que a lo largo de los siglos vivieron para servir a Dios y a la humanidad. También están los nombres de Judas, Caifás, Nerón, Hitler, y de todos los que hoy preferimos que nunca hubieran nacido. ¿No es esto asombroso?
Hay algo todavía más grande, más maravilloso: en la lista de Dios están tu nombre y el mío. ¿Qué hemos hecho para merecer estar ahí? La verdad es que hemos hecho mucho para no estar, pero “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16; énfasis añadido).
¡Bendito sea el nombre de Dios!
Gracias, Padre eterno, porque, a pesar de que no lo merezco, tu amado Hijo vino a este oscuro mundo a sufrir y morir por mí.