Sanas y salvas
“Sáname, oh Jehová, y seré sano; sálvame, y seré salvo; porque tú eres mi alabanza” (Jer. 17:14).
Tú no eliges el tratamiento, Dios elige cómo sanarte. Naamán era un hombre poderoso, jefe del ejército del rey de Siria, muy estimado y favorecido por su rey. Pero Naamán tenía un gran problema: tenía lepra. En los tiempos bíblicos, esta era una enfermedad crónica, que mutilaba y segregaba socialmente a las personas. A medida que la enfermedad avanzaba, las uñas de los pacientes se aflojaban y caían. Como una gangrena, la lepra avanzaba después a los nudillos, dedos y dientes. Finalmente, la lepra tomaba la nariz, el paladar, los ojos, y la vida (según el comentario bíblico The Enduring Word).
Naamán tenía los días contados y por eso estuvo dispuesto a aceptar la sugerencia de una esclava israelita y visitar Samaria, en pleno territorio enemigo. Como salvoconducto, Naamán llevó consigo una carta del rey y un generoso pago de diez talentos de plata (más de 1,2 millones de dólares estadounidenses).
Sin embargo, las cosas no sucedieron como Naamán esperaba. En lugar de ir en persona, el profeta Eliseo envió un mensajero y le “recetó” un tratamiento extraño: “Ve y lávate siete veces en el río Jordán, y tu cuerpo quedará limpio de la lepra” (2 Rey. 5:10, DHH). Naamán se enfureció porque él tenía una idea muy diferente de cómo el profeta debía sanarlo. “Yo pensé que iba a salir a recibirme, y que de pie iba a invocar al Señor su Dios, y que luego iba a mover su mano sobre la parte enferma, y que así me quitaría la lepra” (2 Rey. 5:11, DHH).
Naamán estaba tan enojado que casi se volvió a su país sin siquiera intentarlo. Los ríos de su patria le parecían más limpios y mejores. Sin embargo, fue nuevamente uno de sus criados quien le salvó la vida al decir: “Señor, si el profeta le hubiera mandado hacer algo difícil, ¿no lo habría hecho usted? Pues con mayor razón si solo le ha dicho que se lave usted y quedará limpio” (2 Rey. 5:13, DHH). Finalmente, en humilde obediencia, Naamán se sumergió siete veces en las marrones aguas del Jordán y fue sanado completa y gratuitamente.
Muchas veces, como Naamán, anticipamos la forma en que Dios nos librará de algún problema. Tal vez esperamos que Dios nos sane de una depresión sin tener que recurrir a medicamentos, o preferiríamos que Dios sane nuestro matrimonio sin tener que hacer terapia.
Tenemos una idea tan fija, que cuando la sanidad se ofrece por otro medio, nos ofendemos. Recuerda: tú no eliges el tratamiento, Dios elige cómo sanarte.
Señor, por favor, dame la humildad para aceptar cualquier tratamiento que tú escojas para mí.