Su “tesoro especial”
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados!” (Efesios 2:1, 2, 4, 5, NVI).
Nuestro texto para hoy me recuerda un viejo dicho que leí en un libro de Wayne Dosick. Dice él que toda persona que habita este mundo debería asegurarse de llevar consigo dos importantes mensajes, en bolsillos diferentes. Un mensaje que diga: “Solo soy polvo y cenizas”, y otro que diga: “Por mi causa Dios creó el mundo”. El primero, para cuando nos asalte el orgullo; el segundo, cuando sintamos que no valemos nada (Golden rules, p. 12.).
Muy interesante, ¿no es cierto? En cierta forma, de esto habla nuestro texto de hoy. Por un lado, nos presenta nuestra pobre condición de pecadores, dignos de muerte; por el otro, nos recuerda el inmenso valor que tenemos como hijos e hijas de Dios. Un valor tan elevado que, por amor a nosotros, su amado Hijo murió.
¿Qué vio Dios en ti, en mí, para poner en marcha un plan de rescate a un costo tan alto? Quizá podríamos responder con otra pregunta: ¿Qué cualidades poseían los hebreos de la antigüedad como para llegar a ser el pueblo escogido de Dios? Al parecer, ninguna: “El Señor los quiere, y los ha escogido”, les dijo Moisés, “no porque ustedes sean más numerosos que todos los pueblos, pues ustedes eran el pueblo más insignificante de todos, sino porque el Señor los ama y porque quiso cumplir el juramento que les hizo a sus padres” (Deut. 7:7, 8, RVC).
¡Fue por amor que Dios los eligió, para que fueran su “tesoro especial”! (Éxo. 19:5). Como sabemos, ese plan no se cumplió porque fueron “un pueblo desobediente y rebelde” (ver Isa. 65:2; Rom. 10:21). Ahora bien, ¿fracasó, por ello, el plan de Dios? No. Fracasó Israel como pueblo escogido. Sin embargo, el plan divino sigue en pie. ¡Dios aún tiene un pueblo! De ese pueblo formamos parte tú y yo y todo el que confiesa que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre. Este pueblo, dice Dios, es “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa” (1 Ped. 2:9); o como dice la Traducción en Lenguaje Actual, gracias al incomparable amor de Dios tú y yo somos:
•“Familia de Dios”,
•“Sacerdotes al servicio del Rey”; y,
•Pertenecemos a “su pueblo”.
¡Mejor, imposible!
Padre celestial, aunque sé que soy “polvo y ceniza”, ayúdame a recordar siempre que soy tu “tesoro especial”, que soy parte de tu familia en esta Tierra y que “por mi causa creaste el mundo”.