Martes 02 Agosto de 2022 | Matutina para Adultos | El legado

Martes 02 Agosto de 2022 | Matutina para Adultos | El legado

El legado

“Ustedes conocen este mensaje que se difundió por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret: cómo lo ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y cómo anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:37-38, NVI).

Si tuvieras que resumir en unas treinta palabras la obra que Jesús realizó entre nosotros, mientras caminó por las polvorientas calles de Palestina, ¿qué dirías?

Las palabras del apóstol Pedro nos proporcionan ese resumen. ¿Qué dijo el apóstol, en esa ocasión, a los congregados en casa de Cornelio? Básicamente, tres cosas. Una, que Jesús fue ungido por el poder del Espíritu Santo. Dos, que usó ese poder no para su propio beneficio, sino para hacer el bien a los necesitados. Y, tres, que toda esa bendición fue posible porque Dios estaba con él.

Ahora bien, si el Señor fue una fuente permanente de bendición para todo el que entrara en contacto con él, ¿no debería decirse lo mismo de nosotros, sus seguidores? ¿Podemos imaginar todo el bien que resultaría si permitiéramos al Espíritu Santo morar en nuestro corazón? ¿Y si, al igual que Jesús, la presencia de Dios nos acompañara a todas partes?

Este punto lo ilustra muy bien un relato que narra Phillip Keller (Grace, an Invitation to a Way of Life, p. 75.). Escribe él que un día recibió en su hogar la visita de dos amigos que iban rumbo al Oriente para asistir a un compromiso matrimonial. Después de compartir veladas inolvidables, estos amigos le pidieron a Phillip que los acompañara, y él gustosamente aceptó. Ya llevaban varios días de camino cuando uno de ellos se dio cuenta de que había extraviado su sombrero. Entonces le pidió el favor a Phillip de comunicarse con su esposa, para que revisara la casa en busca del sombrero extraviado.

La respuesta de su esposa, dice Phillip, fue una que nunca pudo olvidar.

–He buscado por todas partes –dijo ella–, y no he visto señales de ese sombrero. Lo único que esos dos hombres dejaron en esta casa cuando salieron fue una gran bendición.

Es difícil leer este relato y no preguntarse: ¿Qué “dejo yo atrás” después de haber visitado un hogar? ¿Después de dejar mi lugar de trabajo? Y en una escala aún mayor, ¿qué legado dejaré después de haber pasado por este mundo?

Querido Padre celestial, hoy quiero vivir para hacer el bien; y quiero llevarte conmigo adondequiera que yo vaya. Solo así mi vida podrá ser una bendición, no solo hoy, sino hasta el final de mis días en este mundo. ¡Para ti sean la honra y la gloria!

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