Todo a tu disposición
«Si Dios no nos negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos también, junto con su Hijo, todas las cosas?». Romanos 8: 32
Escuché por los altavoces mi nombre y el anuncio de que debía presentarme en la oficina del rector de la universidad, así que acudí al llamado. En cuestión de minutos estaba en la puerta de la universidad con la mente en blanco, las manos y los bolsillos vacíos, pero con la seguridad de que Dios tenía algo para mí. Era mi último semestre y me estaban despidiendo porque debía demasiado. Decidí estudiar Teología porque sentí el claro y firme llamado de Dios, pero pertenezco a una familia muy pobre que no tenía cómo ayudarme a pagar el costo de las clases.
Había trabajado todo el tiempo: atendía los pastos de la universidad, ayudaba en el mantenimiento de la planta física, planchaba ropa en la lavandería, hacía el aseo al auditorio los viernes por la tarde para ganar dinero extra, pero todo eso era insuficiente para pagar el costo de la carrera. No sabía adónde ir ni qué hacer porque no tenía un solo centavo, ni para tomar un autobús hasta la terminal de transporte. Entonces oré: «Tú eres el dueño de la plata y el oro de esta Tierra. Estoy aquí porque me dijiste que viniera. No creo que hayas desistido de mí, ayúdame a terminar los estudios».
En ese momento, un taxi se detuvo frente a mí. Pensé que se habían condolido de mí y que lo habían mandado para que me llevara a la terminal de transporte. Se bajó un joven, Josué Uzcategui, compañero de estudio. Me preguntó qué hacía allí y le conté que me habían despedido porque tenía deuda. Me animó a no irme, pues era el último semestre. Entonces me dijo que tenía el dinero para su boda en su cuenta. Me lo prestó y, de esa manera, pude pagar mi semestre y graduarme.
Si Dios te dio a su Hijo Jesús, ¿no crees que cualquier otra cosa que le pidas será sencilla para él? El mensaje de @Dios para ti hoy llega de la pluma de Elena G. de White: «Los que se sientan muy indignos, no teman encomendar sus casos a Dios. Cuando Cristo se dio a sí mismo por los pecados del mundo, tomó a su cargo el caso de cada alma […]. ¿No cumplirá la palabra de gracia dada para nuestro ánimo y fortaleza?» (Palabras de vida del gran Maestro, p. 140).