Cuando Londres ardió
“Así también una sola chispa puede incendiar todo un bosque. De todas las partes del cuerpo, la lengua es una llama de fuego. Es un mundo entero de maldad que corrompe todo el cuerpo. Puede incendiar toda la vida, porque el infierno mismo la enciende” (Santiago 3:5, 6, NTV).
En este día de 1666, comenzó el Gran Incendio de Londres. Thomas Farrinor, el panadero del rey, no apagó bien el fuego del horno antes de irse a dormir.
Más allá de esto, el Gran Incendio de Londres era un desastre esperado. Alguien debería haberlo visto venir. Londres era una ciudad de casas medievales hechas de madera de roble. Las paredes de algunas casas pobres de la parte baja de la ciudad estaban cubiertas de alquitrán. Esto impedía la entrada de la lluvia, pero las convertía en polvorines en caso de incendio. Las calles eran estrechas y las casas estaban muy juntas, por lo que era fácil que el fuego saltara de una casa a otra. ¿Y el equipo para extinguir incendios? Las únicas brigadas de lucha contra el fuego eran las que creaban los propios vecinos: hileras de personas armadas con cubos de agua que había que llenar y rellenar con bombas manuales viejas y estropeadas.
Y entonces, ocurrió. En las primeras horas de la mañana, las brasas humeantes encendieron la leña apilada junto al horno de la cocina del panadero. El fuego se desató en Pudding Lane, cerca del puente de Londres, y saltó la calle hasta los establos de la posada Star. Desde allí, pronto se extendió a los almacenes de Thames Street, llenos de materiales inflamables como licores, carbón y aceite para lámparas. Un fuerte viento del este avivó las llamas, convirtiendo el fuego en un infierno abrasador. La gente se precipitó desde sus casas, arrastrando a sus familias y posesiones al río Támesis. El Gran Incendio de Londres fue tan grande que pudo notarse desde 50 kilómetros de distancia. Al final, quemó 13.000 viviendas, 90 iglesias y 20 edificios públicos. Cien mil personas se quedaron sin hogar. En pocos días, el rey Carlos II comenzó a reconstruir su capital. Para evitar futuros incendios, se construyeron nuevas casas de ladrillo o piedra; y las calles y callejones se hicieron más anchos. Aun así, no hubo un departamento de bomberos en Londres hasta finales de 1700.
El libro de Santiago compara la lengua humana con una llama de fuego. Las palabras empiezan siendo pequeñas, pero pueden convertirse en un infierno de dolor y sufrimiento para sus víctimas. Piensa en las palabras que usas cuando hablas a tus padres, profesores, tus amigos… o cuando hablas de ellos. ¿Podría alguna de ellas provocar un incendio? Entrégale hoy tu lengua a Jesús. Él te ayudará a apagar esos incendios antes de que empiecen.